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La flota de naves arca, imponentes y completamente negras, se reunieron en el vacío cósmico al salir del planeta en una sincronizada procesión silenciosa. Agorén necesitaba cuidados médicos, al igual que Sophia, quienes estaban muy maltrechos luego de todo lo ocurrido. Sin embargo, a pesar de que los propios sanadores y consejeros del rey le insistiesen en que bajara a las áreas de cuidado vital para ser atendidos, Agorén se negó rotundamente. Solo se acercó con paso trémulo hasta los gigantescos visores transparentes de la nave, para clavar su mirada en aquel planeta que comenzaba a dejar atrás. Por su parte, Sophia se acercó a su lado y tomó su mano sucia de sangre y tierra sin decir absolutamente nada, tan solo acompañándolo en el dolor. Negumak quedaría por siempre en su memoria como el planeta que la acogió, como aquel sitio repleto de naturaleza impecable, aguas cristalinas, cielos puros y aires limpios sin contaminación de ningún tipo. Observó sus tres lunas, majestuosas y rojizas, recordó los buenos momentos vividos, como la fiesta antes de la batalla, las intensas caminatas por los bosques naturales que bordeaban la ciudad, los atardeceres y las madrugadas templadas, y dejó que las lágrimas fluyeran con profunda amargura. Miseeua se acercó, caminando con lentitud, y se situó a su izquierda para mirar hacia Negumak.

—Nunca es fácil tener que despedirse de algo —comentó—. Mucho menos cuando se trata de tu propio hogar.

—No pude defender el planeta —murmuró Agorén, sin mirarlo, con los ojos fijos clavados hacia adelante. Por su mente pasaban imágenes, recreando cómo en aquel momento los K'assaries estarían destrozándolo todo—. Fallé.

—Al contrario, mira a tu alrededor. Las naves que lograron salir del planeta a tiempo, lo hicieron porque sus ciudades pudieron resistir un poco más, gracias a tus estrategias de defensa. Los pobladores y soldados que están aquí, abordando cada arca, están vivos gracias a ti y a todos los soldados que dieron su vida. Eres demasiado duro contigo mismo.

—¿Y ahora qué nos queda? ¿Adónde iremos? —preguntó Sophia.

—Las arcas tienen suministros y combustible para viajar durante al menos dos guyee, lo que serían unos cuatro años humanos —respondió Agorén, mirándola—. Luego de eso, no lo sé. Esperemos poder encontrar un planeta habitable a tiempo.

—Podríamos ir a Yalpan, o a Valtor, cualquier planeta de las razas que nos brindaron apoyo. Estoy segura que pueden darnos alojamiento hasta que encontremos un mejor lugar, o recuperemos Negumak.

Miseeua negó con la cabeza.

—Es exponerlos a un peligro mayor, suficiente se han arriesgado a prestar sus ejércitos. Si descubren que además nos están brindando refugio, podríamos iniciar un caos a gran escala, no podemos perjudicarlos y tampoco tenemos soldados para resistir una intervención bélica del Concejo —dijo.

—Supongo que tiene razón, ya hemos dejado la diplomacia muy atrás... —consintió ella, mirando nuevamente hacia Negumak, con pesadumbre. Miseeua se giró hacia Agorén, y le apoyó una mano en el brazo.

—Vayan a limpiarse y curarse las heridas. Necesitan descanso.

Agorén y Sophia marcharon juntos, entonces, hacia las áreas de sanación. Negumak poco a poco fue quedando atrás en la oscuridad cósmica que los rodeaba, al igual que el tiempo, que transcurría paulatinamente. No habían puestas de sol, tampoco anocheceres, por lo que más pronto que tarde perdieron la noción de los días. Para su fortuna, nada les faltaba allí. Las arcas estaban perfectamente equipadas con recintos habitables muy cómodos e individuales, las áreas médicas y las salas recreativas, así como los espacios comunes, eran frecuentemente visitados tanto por pobladores como soldados de las Yoaeebuii, por lo tanto, todos vivían en completa armonía. Tanto Agorén como Sophia, sin embargo, pasaron un buen tiempo recluidos en el área de sanación, ya que sus contusiones y laceraciones requerían unos cuidados más puntuales. Ghodraan, por su parte, tuvo que ser introducido en un tanque biocontrolado de reconstrucción para poder reparar su brazo roto, los tendones, los ligamentos, e incluso el propio hueso. No podía moverse, tan solo flotaba dentro de aquel líquido verdoso mientras las nanomáquinas se movían por todo su cuerpo, reparando cada tejido dañado.

La última guerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora