Al llegar, Sophia salió a recibirlo ni bien pudo ver la aeronave descender en la propiedad. Detrás de ella, asomaron desde la casa de piedra Ghodaran y Kiltaara. En cuanto Agorén abrió la compuerta del aerotransportador, Sophia le envolvió en un abrazo.
—¡Creímos que te había pasado algo, tardaste mucho! —exclamó, preocupada.
—He ido a hacer un pequeño encargo, en cuanto terminé de hablar con Miseeua —Agorén miró por encima del hombro de Sophia, al mismo tiempo que se separaba de ella—. Vengan.
—¿Todo ha salido bien, padre? —preguntó Ghodraan, mientras se acercaba seguido por Kiltaara.
—He hablado con Miseeua, y ha entendido la situación. Sin embargo, creo que ya es tiempo de que empieces a tomar ciertas responsabilidades, más ahora teniendo en cuenta que ha sucedido esto —volvió dentro de la nave, y entonces tomó la armadura, el guantelete y la espada—. Esto es para ti, quiero que lo uses. Asumo que te las has ganado—dijo, haciéndole entrega de los objetos. El rostro de Ghodraan se iluminó de la sorpresa.
—¿Qué? Pero... es como tu armadura... —murmuró.
—Úsala con responsabilidad, al igual que la espada. No son juguetes, lo que está sucediendo ahora mismo tampoco lo es, y ya tienes la edad para actuar como un verdadero Negumakiano —volvió dentro de la nave y tomo el pulsór de antimateria. Al salir, miró a Kiltaara—. Tú eres parte de las Yoaeebuii, ¿verdad?
—Sí, señor.
—Imagino que sabes cómo funciona esto.
—Sí, señor —respondió nuevamente.
—Bien, entonces tenlo a mano por cualquier cosa que suceda de aquí en más.
Sophia miró a Agorén de forma preocupada. No entendía porque los estaba preparando como si marcharan a una guerra, más allá de la inminente invasión.
—¿Qué pasa, mi amor? ¿Por qué estás dándole armas? —preguntó.
—En breve iré a la sede del Concejo de los Cinco, para solicitar refuerzos de las razas aliadas en la invasión que está por venir. No sé cuánto tiempo estaré ausente, pero si Kurguunta llega a volver aquí, no va a venir a charlar, y es mejor que estén preparados —explicó.
—No creo que mi padre inicie una revuelta, no contra usted. Es uno de los generales más respetados de todo Negumak, y sabe que tiene el favor del rey —opinó Kiltaara. Agorén entonces le apoyó una mano en el hombro.
—Si algo aprendí en mi tiempo en la Tierra, es que nunca sabes lo que alguien es capaz de hacer, incluso hasta la gente cercana a ti —Se tomó un momento para mirarla de la cabeza a los pies—. ¿Esta es la apariencia que elegiste para estar cerca de Ghodraan?
—Sí, señor —respondió, de forma tímida. Agorén miró a su hijo, y este mostró una tenue sonrisa.
—Bien, si vas a quedarte con nosotros, hay que conseguirte una cama.
—No hace falta —intervino Ghodraan—. Ella dormirá conmigo.
Sophia sonrió, bajando la mirada al suelo, tratando de no ver la mirada de Agorén y soltar la risa allí mismo. Él asintió con la cabeza.
—Como prefieras —dijo—. Ocúpate de ellos, mi amor, yo iré a supervisar los avances de los campos de fuerza en la ciudad. Volveré bien entrada la noche.
Sophia se acercó y despidió con un rápido beso en los labios a Agorén, mientras que Kiltaara observaba aquel gesto de forma curiosa, ya que nunca había visto algo similar. Agorén entonces volvió al aerotransportador de color gris plata, subió a él y el aparato se elevó de forma silenciosa, perdiéndose en la distancia. Una vez a solas, Sophia giró hacia ellos, y miró directamente a Ghodraan.
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La última guerra
FantasyAtrás ha quedado la invasión a la Tierra, y también su propio pasado. Sophia Cornell vive feliz junto a Agorén, su fiel compañero, y Ghodraan, su primer y único hijo. Aires puros, aguas cristalinas, tradiciones nuevas que descubrir y por sobre todo...