Cabo suelto X: La odio (Parte VI)

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Simón Vargas.

No estoy seguro del momento en el que todo se detonó.

A lo mejor fue cuando llegó su hermana y le dije que me iba, y me miró con esa impotencia en la cara como rogándome con los ojos que me quedara.

No sé nada de su pasado o por qué le cuesta tanto abrir su corazón, pero si sé que anoche mientras estábamos parados en su ducha y por primera vez le acaricié el cuerpo con ternura y no solo con pasión, algo cambió.

Tal vez fueron las sonrisas y los chistes tontos que compartimos, que abrieron todo un nuevo universo sobre ella.

No sé que fue, pero todo cambió ayer, y no tengo idea de por qué no se siente lista para luchar por esto, pero si sé que yo lo estoy.

Toda esa ternura que sentí mientras cuidaba de ella no puede venir solo de mí.

No me lo inventé.

Hasta ayer creía que la odiaba y solo la deseaba por un par de horas cada cierto tiempo, pero eso nunca ha sido real, porque siempre he pensado en ella para bien o para mal, y ahora ella lo sabe.

Las cartas están sobre la mesa.

Así que, dos horas después de que se fue de la librería y luego de que no me respondiera dos llamadas, me planto delante de su puerta luego de echarle todo un cuento a su portero para que no me anunciara y toco el timbre.

Se demora tanto en abrir la puerta que empiezo a preguntarme si no está aquí y tal vez debería haber ido a su oficina en primer lugar, pero finalmente la puerta se abre con cautela.

Se cubre parcialmente con la puerta, y me doy cuenta de que es porque está vestida con mi hoodie que se quedó aquí anoche y supongo que estaba lleno de sangre, y ahora parece haber sido lavado y secado para que ella se acurruque en él.

Eso me envalentona lo suficiente para poner una sonrisa en mi cara y recostarme relajadamente en el marco de su puerta.

- Me debes un café y una cena, Copito – Le digo alegremente

Me da una mirada de confusión que me rompe el corazón.

¿Es que nunca hubo alguien que luchara por ella o qué?

No debería parecer tan sombrada de que su pequeño acto de escapismo no me haya hecho rendirme.

- ¿Qué haces aquí?

- Vamos a cenar juntos – Le digo con toda seguridad – Eso es si me dejas pasar, porque cenar aquí parados en tu puerta va a ser un poco incómodo, por no hablar de que tus vecinos van a tener algunas preguntas

- Pero... - Me mira de arriba abajo con duda, sin entender ni remotamente por qué estoy aquí

- Copito, déjame pasar – Le pido

- Yo no...no...

- Ah, sí. Tú sí. Déjame pasar – Repito

- Simón, esta cosa entre los dos no va a funcionar....

- ¿No? – Pregunto, y doy un paso al frente

Sus ojos se abren de manera cómica, pero no opone resistencia cuando empujo suavemente la puerta para no golpearla con la madera.

Retrocede dubitativamente sin apartar sus ojos de los míos, como si no pudiera parar de mirarme. No me detiene cuando avanzo otro paso hasta que estoy dentro de su casa, y cierro la puerta suavemente detrás de mí.

Parece tan encandilada como un alce ante los faros de un auto, y su expresión es una mezcla muy tierna de absoluto pánico y una añoranza que ni siquiera ella es capaz de ocultar del todo.

° El amor después del amor °Donde viven las historias. Descúbrelo ahora