Capítulo 5: Fuego

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Anne apretó los dientes mientras veía al padre de Lillian llevarse a su amiga. Cerraba los puños con tanta fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos, y sentía su cuerpo en llamas. Con un gruñido, caminó dando zancadas hasta Edgar, se plantó ante él y le dio una bofetada.

-¡Au!

El padre de Edgar la miró con ojos desorbitados.

-Eh, ¿qué haces...?

-¿Cómo te atreves a tratar a mi amiga así? -chilló Anne, ignorando al señor Clark y clavando la mirada en Edgar.

-No sé a qué te refieres... -dijo el joven, a la vez confuso y ofendido.

-Oh, lo sabes muy bien.

Edgar sacudió la cabeza.

-Ya he dejado claro que no le he hecho nada. Nunca lo haría. Soy un hombre de bien.

-Ve a contarle tus mentiras a otros. Eres un ser despreciable -escupió.

Haciendo caso omiso de la respuesta del chico, Anne se dio la vuelta y regresó con sus padres, que la miraban escandalizados.

-Anne, ¿qué hacías hablando con ese joven? -dijo Madre.

-¿Hablando? Más bien gritando -rio Padre.

Anne resopló.

-Ese... bellaco ha herido a Lillian.

Madre frunció el ceño, visiblemente preocupada.

-¿El señor Clark?

-Sí, ese mismo. La ha besado sin su consentimiento. La ha tocado.

Sus padres cruzaron una mirada.

-¿Y estás segura de que eso realmente ha ocurrido? -dijo Madre, vacilante.

-¡Sí! Los he visto, él la empujaba contra un árbol y Lillian...

-Anne, tranquila -la interrumpió su padre-. Estoy seguro de que no ha sido más que un malentendido.

-Pero no lo ha sido -gimió ella-. Todos defienden al señor Clark pero ellos no lo han visto. Nadie nos cree, no es justo...

Madre la abrazó.

-Todo se solucionará.

-¡Pero no lo hará! -gritó Anne, golpeando el suelo con las manos-. Nadie nos cree porque somos mujeres, pero nadie duda del perfecto caballero el señor Clark. No es justo. La ha tocado, la ha mancillado, la ha hecho llorar, le ha hecho daño y saldrá impune solo por ser un hombre. Y yo no puedo hacer nada.

-Tranquila, hija. -Madre le acarició la mejilla-. Lo solucionaremos.

-¡Deja de decir eso! Tú no puedes hacer nada, ni tú ni yo, solo Padre, y no lo hará porque se preocupa más por su reputación que por el bienestar de los demás.

-¡Anne! No permitiré que hables así de tu padre...

-¡¿Y cómo piensas impedírmelo?!

Anne se levantó y echó a correr, secándose las lágrimas con la manga de su vestido.

-¡Anne! ¿Adónde vas? -escuchó gritar a su padre. Pero no miró atrás.

Corrió por entre los árboles del parque hasta que llegó a un pequeño claro lleno de margaritas y se dio cuenta de adónde la habían llevado sus pasos.

Ese era el lugar en el que Jacob y ella solían jugar. En ese pequeño claro había pasado gran parte de su infancia. Allí estaban los recuerdos más preciados que guardaba de su hermano. Con un nudo en la garganta, se caminó con lentitud hasta detenerse en el centro del claro. Se arrodilló, cogió una flor, le quitó los pétalos.

Lo que no sabíanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora