Unos pasos que bajaban apresurados por la escalera hicieron a Lillian apartar la vista del paisaje que estaba pintando. Sobre el lienzo, unas nubes blancas y esponjosas flotaban bajo un cielo azul claro, y en las manchas de diversos tonos de verde se empezaban a adivinar una montaña y un prado. La joven dejó a un lado el pincel y la paleta, se levantó y fue a la puerta, que abrió con cuidado.
Su padre, cargado con una maleta de cuero y un abrigo de viaje, había llegado a la parte de abajo de la escalera. Madre lo esperaba en la entrada, con su sombrero en la mano.
-Odio que debas viajar tan a menudo, George. ¿Tantos negocios tienes que no puedes descansar ni un momento? Eres el único miembro de tu pequeña «empresa», si es que se le puede llamar así, que viaja de un lado a otro, por todo el país, prácticamente cada semana...
Lillian salió al pasillo y se apoyó en la barandilla que asomaba al gran recibidor. La anciana madera crujió, pero la joven sabía que podía aguantar su peso.
-Ya sabes que eso no es cierto, Alice, varios lo hacemos, solo que tú no has tenido la oportunidad de conocer a los demás.
-Sigue siendo inhumano lo mucho tienes que viajar.
-Es extenuante, lo sé, pero no inhumano...
-¿Adónde vas? -preguntó Lillian, bajando las escaleras.
Ya se había cansado de escuchar la conversación de sus padres sin obtener información alguna fuera del hecho de que su padre se marchaba otra vez.
Había viajado mucho estos últimos meses. Pasaba fuera unos días, y en ocasiones una o dos semanas. Lillian y Rose todavía no habían logrado sonsacarle qué negocios hacía durante sus viajes, pero fueran los que fueran, tenían éxito. Ahora podían permitirse comprar dulces prácticamente cada día; las telas de sus vestidos eran de la más alta calidad; e incluso habían comprado un perro para Rose, un cachorro de dálmata llamado, cómo no, Manchas, y para Lillian, una esbelta yegua albina que había bautizado como Livia.
-Negocios otra vez -contestó su padre, terminando de abrocharse los botones del abrigo.
-¿Gales de nuevo?
Padre esbozó una pequeña sonrisa.
-No, esta vez no. En esta ocasión voy a un lugar más cercano. Estaré de vuelta antes de que os deis cuenta. -Alzó la mano para acariciarle la mejilla a Lillian, que se apoyó contra la palma dura y rugosa-. Hija, ¿podrías ir a buscar a tu hermana? Ya sabes cómo se pone si no me despido de ella.
-Por supuesto -contestó ella, y regresó al piso superior.
Rose estaba sentada sobre la gruesa alfombra de su cuarto, apilando unas piezas de madera una encima de otra y supervisada por su niñera, Mabel, que más que vigilarla estaba concentrada en terminar un bonito bordado.
-Rose -llamó Lillian. La pequeña alzó la cabeza-. Padre se marcha.
-¿Sin despedirse? -chilló la otra al instante, y salió corriendo por la puerta antes de que Lillian pudiera decir nada más-. ¡Padre! ¡Padre! ¡Espérame!
Lillian consideró un milagro que la niña no cayera rodando por las escaleras, pues tropezó varias veces en su carrera al piso de abajo.
-No me marcho, Rose, aún no -rio Padre-. Nunca me iría sin decirle adiós antes a mi pequeña.
Rose se lanzó a sus brazos abiertos y lo abrazó con fuerza.
Lillian y su madre observaban la escena a unos pasos de distancia, ya acostumbradas a las efusivas despedidas de la niña. Siempre había sido muy intensa, pero también muy cariñosa.
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Lo que no sabían
Lãng mạnInglaterra, siglo XIX. Anne es una joven curiosa y entusiasta que lucha contra los estándares impuestos por la sociedad. Lillian, por el contrario, se esfuerza por encajar y hacer sentir a sus padres orgullosos. Cuando se conocen, en ellas nace un s...