Capítulo 13: Sobre piedra y papel

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Fin

Anne puso el último punto y dejó la pluma a un lado para contemplar con orgullo y satisfacción los resultados del esfuerzo y el trabajo duro. Le había costado sangre, sudor y lágrimas, pero por fin, tras tantas horas destrozándose la mano y tantas noches en vela, había acabado su historia.

En su opinión, era lo mejor que había escrito hasta el momento. Le había cogido mucho cariño a los personajes, y por ello le había dolido hacerlos sufrir tanto como lo había hecho, pero había quedado muy satisfecha con el resultado.

Claro que poco valía su opinión. Era su historia, al fin y al cabo, y por muchos defectos que tuviera ella solo sería capaz de ver los más llamativos, los más evidentes. No, necesitaba la opinión de alguien más.

Ese alguien tiró entonces una piedra a su ventana, que chocó contra el alféizar antes de caer de nuevo al suelo.

Anne se asomó a la calle.

—¡Lillian! —susurró, sin que eso quitara emoción a su voz—. ¡Estás aquí!

Se apresuró a lanzarle la cuerda y se apartó. Pareció pasar una eternidad hasta que Lillian apareció en su dormitorio.

—Lamento haberme retrasado —se disculpó—. Rose no dejaba de insistir en que le leyera un cuento. No he podido escaparme antes.

—No importa, ya estás aquí —dijo Anne—. ¡Tengo algo que enseñarte!

Agarrándola de los hombros, le hizo sentarse en la butaca junto a la chimenea; cogió su historia del escritorio y se la entregó.

—¿Qué es esto? —preguntó Lillian con curiosidad.

—Es una historia —explicó Anne—. La he escrito yo.

Lillian alzó las cejas.

—¿Quieres que la lea?

—Y que después me des tu opinión, si no es molestia. Realmente quiero que quede bien y para ello necesito el punto de vista de otra persona.

Lillian asintió y comenzó a leerla. Anne juntó las manos y aguardó, retorciéndose los dedos. Observaba con una mezcla de impaciencia, emoción y angustia las expresiones faciales de su amiga, que se encontraba profundamente concentrada en la lectura.

La vio alzar las cejas, fruncir el ceño, sonreír, morderse el labio, y unas pocas veces soltar alguna carcajada, todo esto sin decir una palabra. A Anne le era imposible adivinar lo que pensaba.

Al fin, tras lo que parecieron horas y horas de espera, Lillian terminó de leer la última página y dejó los folios sobre la mesita baja que había junto al sillón.

—¿Y bien? —dijo Anne, ansiosa—. ¿Qué te parece?

Lillian sonrió.

—Es muy buena, Anne.

La joven dio un saltito.

—¿Lo dices en serio? ¿Te ha gustado?

Lillian asintió.

—Totalmente en serio. La he disfrutado de principio a fin. Los personajes están bien construidos, la trama es interesante, y la prosa... Oh, Anne, adoro cómo escribes.

Anne sintió que le explotaba el corazón en el pecho de la emoción. No solo le parecía buena, la había disfrutado, ella misma lo había dicho.

—No sabes lo feliz que me hace oír eso.

—Por tu reacción, lo puedo imaginar —rio la otra.

Anne sonrió y se arrodilló junto a la butaca.

Lo que no sabíanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora