Lillian abrió los ojos. Se encontraba en un callejón, sucio y estrecho iluminado por la tenue luz de la luna y el brillo parpadeante de una farola a la que se le estaba acabando el aceite.
Una figura se acercaba a ella. No pudo distinguir quién era en la penumbra.
La figura no se detuvo hasta quedar a apenas un palmo de ella. Fue entonces cuando la luz de la luna le iluminó el rostro, y Lillian supo quién era.
Edgar.
En un movimiento rápido y brusco, la empujó contra la pared y comenzó a acariciarla, susurrándole cumplidos y elogios envenenados que Lillian apenas lograba oír. Estaba paralizada, no podía moverse, ni siquiera era capaz de forcejear, de luchar contra él.
Su respiración se aceleró, el pánico la inundaba. Edgar le acarició el cabello, el rostro, la clavícula.
Su mano se deslizó bajo su falda...
Lillian despertó con un grito ahogado.
Se quedó unos instantes sentada entre las sábanas, tratando de calmar su corazón acelerado. Entonces escuchó unos golpes en la ventana.
Con el cuerpo entero aún temblando, se levantó de la cama y se asomó en la calle. Anne estaba allí, con una mano alzada y la otra sujetando una pequeña cesta cubierta con una tela a cuadros.
Le lanzó la cuerda y trató de tranquilizarse mientras su amiga subía. Todo estaba bien, estaba a salvo, había sido una pesadilla, nada más.
—¡Hola! —exclamó Anne cuando llegó arriba—. Te he traído...
Su sonrisa se desvaneció al ver la expresión turbada de Lillian.
—¿Te encuentras bien?
—Yo... —Lillian sacudió la cabeza—. He tenido una pesadilla.
Anne le cogió la mano y se sentaron en el borde de la cama.
—¿De qué iba?
—De lo mismo que siempre. Edgar.
No hicieron falta más palabras. Anne abrió los brazos y Lillian se refugió en ellos, sintiéndose algo más segura mientras la otra le acariciaba el pelo.
—¿Quieres contármela? —dijo Anne con suavidad.
Lillian dudó un instante, pero entonces asintió y se incorporó.
—Estaba en un callejón —explicó—. Él apareció y empezó a... tocarme... Por todas partes. No podía escapar, era incapaz de moverme, solo podía llorar y llorar... —Sintió que las lágrimas que había logrado contener hasta entonces amenazaban con caer de sus ojos—. Metió la mano por debajo de mi falda... Entonces me desperté.
Anne le cogió la mano, pero no dijo nada; dejó que se desahogara.
—Parecía tan real... —dijo Lillian con la voz estrangulada—. Igual que aquella vez. Solo que ni siquiera podía gritar, y no había nadie cerca, solo él, que estaba demasiado cerca.
Anne la abrazó de nuevo.
—Temo que vuelva a intentarlo, y que la próxima vez consiga hacer algo más que acariciarme —confesó Lillian.
Su amiga la abrazó con más fuerza, atrayéndola hacia sí como si con su cuerpo pudiera protegerla de todos los males del mundo. Por un momento, pareció verdad.
—No se volverá a acercar a ti. No lo permitiré —le aseguró—. Y te prometo que aquí, ahora, y siempre que yo esté cerca, estás a salvo.
Le besó la cabeza y después no se apartó, permaneció con los labio sobre su cabello y los brazos alrededor de su cuerpo.
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Lo que no sabían
RomanceInglaterra, siglo XIX. Anne es una joven curiosa y entusiasta que lucha contra los estándares impuestos por la sociedad. Lillian, por el contrario, se esfuerza por encajar y hacer sentir a sus padres orgullosos. Cuando se conocen, en ellas nace un s...