Anne abrió los ojos, todavía no despierta del todo, y se los frotó. Los rayos de sol entraba a raudales por las cortinas descorridas y llenaban de luz la habitación. Permaneció quieta unos segundos, disfrutando de la comodidad y calidez de las sábanas.
Entonces se acordó.
Se levantó de un salto, se puso una bata de seda y las zapatillas y corrió escaleras abajo.
Su madre se sobresaltó al verla entrar como un huracán en el salón, pero al instante sonrió y abrió los brazos.
-¡Feliz cumpleaños! -La abrazó con fuerza-. Dieciséis años ya; mi pequeña se hace mayor.
-No soy tan mayor -protestó Anne entre risas.
Madre cogió su mano.
-Ya eres una mujer.
La apremió para que se vistiera. Anne volvió a subir y, con ayuda de Ariane, se puso un precioso vestido rosa pastel que había estado reservando para ese día. También se puso un pequeño colgante de plata, sencillo pero muy bonito, y tras ponerse unos zapatos bajó de nuevo.
Antes de que pudiera entrar en el comedor, del que venía un delicioso olor a azúcar, chocolate y caramelo, su padre la interceptó.
-No, aún no -le dijo con una sonrisa.
Le puso una venda sobre los ojos.
-¿Y esto?
-Ya lo verás.
Anne entró a ciegas en el comedor, ayudada por su padre, y se sentó en la silla que presidía la larga mesa. Acarició el terciopelo del asiento mientras esperaba a que le indicaran qué hacer.
-Quítatela -dijo Madre.
Anne lo hizo y se encontró con un manjar de dulces, pasteles, galletas y manzanas de caramelos. Entre toda la comida había repartidos distintos paquetes envueltos en papel de colores, y en el centro de la mesa se alzaba una tarta de dos pisos cubierta con glaseado blanco.
-¿Es todo para mí? -exclamó maravillada.
-¡Felicidades, cariño! -dijo Padre.
Anne dejó escapar un chillido emocionado y se metió una galleta en la boca. Estaba deliciosa.
-¿Y Florence ha cocinado todo esto?
-Ha tenido ayuda, pero sí; quería que tuvieras un día especial.
-Más tarde iré a darle las gracias; pero ahora comed, os lo pido, por favor, no podré acabarme toda esta comida yo sola.
-No es nada comparado con la que habrá en la fiesta de esta tarde -dijo Madre.
¡La fiesta! Anne lo había olvidado. Estaba emocionada, aunque no tanto como lo habría estado si Lillian hubiera podido ir. La había invitado, le había mandado una tarjeta y todo, al igual que al resto de asistentes, pero su padre seguía resentido con Anne y le había prohibido acudir.
Aun así, sería un evento impresionante. Anne no podía esperar.
Dedicaron la siguiente media hora a devorar la comida. Incluso invitaron a Ariane y a June, la sirvienta personal de Madre, a unírseles y probar un poco; ellas cogieron cada una un pastelito y se retiraron en cuanto lo acabaron. Anne supuso que tendrían muchas cosas que preparar para aquella tarde.
Mordió una manzana de caramelo y pensó en su hermano; le habría encantado toda esa comida. Ojalá estuviera allí. Pero se encontraba en un barco, viajando y viendo mundo. Era feliz. Aquel pensamiento casi lograba eclipsar la sensación de añoranza.
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Lo que no sabían
RomantizmInglaterra, siglo XIX. Anne es una joven curiosa y entusiasta que lucha contra los estándares impuestos por la sociedad. Lillian, por el contrario, se esfuerza por encajar y hacer sentir a sus padres orgullosos. Cuando se conocen, en ellas nace un s...