Capítulo 9: Buenas noticias

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A medida que avanzaban las semanas, Lillian apareciendo en la ventana de Anne se convirtió en algo habitual. Era mucho más sencillo escalar la pared ahora que tenían la cuerda, y Lillian no había tardado en cogerle el truco a najar y subir de su propia ventana, según le había contado a Anne una fresca noche de luna nueva.

Las mañanas siguientes a sus encuentros, cuando sus padres les preguntaban por qué estaban tan cansadas, ellas les decían que les había costado conciliar el sueño o que se habían desvelado leyendo un libro.

Cada noche era igual que la anterior, Lillian aparecía en el dormitorio de Anne y hablaban tumbadas en la cama o sentadas en el suelo hasta que se hacía tarde y se despedían con un abrazo. Así fue hasta que, un día, cuando Lillian ya se encaminaba a la ventana para regresar a casa, Anne no pudo resistirse y se lo propuso.

—¿Y si voy yo a tu casa la próxima vez?

Lillian se detuvo y la miró.

—Siempre lo haces tú —prosiguió Anne—, siempre eres tú la que viene a mí. Y es un largo camino de tu casa a la mía, no quiero que pierdas demasiado sueño por mi culpa...

Lillian sacudió la cabeza.

—No me importa hacerlo. Además, mi ventana está considerablemente más alta que la tuya, trepar te costará más que a mí.

—Tú lo haces todas las noches —rebatió Anne—. Y podrías llevarte la cuerda. Así me será más fácil subir.

Lillian suspiró.

—De acuerdo, supongo que por un día no pasará nada. Pero ten cuidado, no quiero que te hagas daño.

Anne sonrió y abrazó a su amiga con fuerza. Durante unos segundos, ninguna de las dos se movió.

—Ahora he de irme —dijo Lillian con tristeza, sus brazos aún rodeando el delgado cuerpo de Anne—. Te estaré esperando.

La soltó y se marchó. Anne se mordió el labio, sintiéndose ya impaciente por que llegara la semana siguiente, y cerró la ventana.



La lluvia repiqueteaba contra el cristal del gran ventanal. Las cortinas estaban apartadas para dejar el paso a la luz del sol, que se encontraba oculto tras los grandes nubarrones que cubrían el cielo. La puerta de la sala de estar se abrió y por ella entró Madre, muy agitada.

—¡Anne! Corre, ven a ver esto.

Anne suspiró, cerró el libro que estaba leyendo y se acercó a ella.

—¿Qué ocurre? —preguntó, mirando con curiosidad el fajo de papeles que su madre llevaba en la mano.

—¡Son cartas! ¡De tu hermano!

El corazón de Anne se saltó un latido.

—¿De Jacob? —dijo con voz temblorosa—. ¿Hablas en serio?

Madre sonrió y le entregó una de las cartas.

—Esta es para ti.

Anne la cogió, tratando de detener el temblor de sus manos, y se sentó en el brazo de uno de los sofás.

—¡Anda, vamos, ábrela! —la apremió su madre.

Un nudo se le formó en la boca del estómago mientras rompía el sobre. No había sabido nada de Jacob desde que se marchó. Algunas veces había llegado a temer que se hubiera olvidado de ella, que hubiera decidido que su nueva vida era mejor que la anterior y quisiera dejar todo atrás. Tantas semanas sin noticias suyas... Pero una y otra vez se había repetido que no, que simplemente no tenía tiempo, o papel, o manera de hacérsela llegar.

Y, ahora, la carta estaba allí.

Respiró hondo y desdobló el papel.


Querida Anne,

Primero de todo he de decir que lamento no haber escrito antes. He estado tan ocupado que no he sido capaz de encontrar ni un minuto para sentarme y escribirte. Quién hubiera imaginado que la vida de marinero sería tan ajetreada...

Sin embargo, ahora por fin nos hemos detenido y no hay nada que hacer, al menos no hasta que el jefe regrese de hacer negocios.

En mi travesía he descubierto que adoro viajar. El mundo está lleno de lugares exóticos y apasionantes. Espero poder enseñártelos todos algún día.

He visitado muchísimas ciudades, cada una diferente. La comida es distinta en cada sitio, y también lo son las vestimentas y las costumbres. Ojalá estuvieras aquí conmigo y pudieras verlo, sé que te encantaría.

Aunque las jornadas son agotadoras, se hacen más amenas al pasarlas con mis compañeros. Son todos muy amigables, aunque ninguno me supera jugando a las cartas. Y te aseguro que no hay mejor sensación que irte a la cama cansado tras un día de trabajo duro.

Cada noche pienso en ti. Te añoro más de lo que nunca pensé que lo haría. Espero que estés bien, y estoy deseando oír de ti.

Tal vez te preguntes cómo es eso posible, ya que estoy en un barco que no deja de viajar. Bien, mientras escribo esto nos encontramos en la ciudad italiana de Pescara, donde nos quedaremos una semana más. Después iremos a Zadar, y permaneceremos allí unos días antes de partir de nuevo hacia Durrës, en Albania. Allí haremos un descanso de varias semanas, y entonces iremos a Préveza, que se encuentra en Grecia.

Si cuando te llegue esta misiva escribes una carta y la envías a Préveza, llegará antes que yo y me la entregarán. 

Espero que en esa carta me cuentes todo lo que has hecho estas últimas semanas. ¿Has hecho nuevos amigos? ¿Qué libros has leído? ¿Has encontrado tal vez a algún apuesto caballero que despierte tu interés?

Esperaré tu carta con impaciencia.

Con amor,

Jacob


Anne releyó la carta con lágrimas en los ojos. No la había olvidado, la añoraba, la quería. Y, lo mejor de todo, tenía la oportunidad de escribirle de vuelta.

Besó la carta con delicadeza, la dobló, la guardó de nuevo en el sobre y corrió escaleras arriba. Tras ponerla a buen recaudo en el cajón de su escritorio, se sentó en la silla de madera y cogió papel y tinta.

Le contó a Jacob en unas pocas líneas los eventos a los que le habían obligado a asistir y algún que otro jugoso cotilleo que había escuchado, y después pasó a lo importante.

Le habló de lo solitarias que habían sido las primeras semanas sin él, y de cómo todo había mejorado al conocer a Lillian. Le describió su apariencia y su carácter, y le dijo lo mucho que disfrutaba estando con ella. Le habló del artículo que había escrito y publicado, de las noches en las que su amiga se escapaba para ir a verla.

También le habló de los libros que había leído esas semanas, de los largos paseos con su madre y de la obra de teatro que habían ido a ver. Le dijo que había mejorado montando a caballo y que sus pinturas eran cada vez más bonitas, y que hacía unos días se había pinchado el dedo cosiendo con su madre y las amigas de esta.

Por último, le dijo que lo añoraba, que cada día pensaba en él, y le pidió que tuviera cuidado. También que le escribiera pronto.

Firmó con un te quiero, con otro te echo de menos, y, finalmente, con un con amor, Anne.

Después metió la carta en un sobre y, con cuidado y con cariño, le puso el sello.

Lo que no sabíanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora