Capítulo 16: Aquí y ahora

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Lillian giró la cabeza y dio la espalda al paisaje nublado que se extendía al otro lado de la ventanilla. Unos nubarrones grises cubrían el cielo, y tras ellos se escondía un sol que comenzaba a ocultarse tras el horizonte. El ambiente en el interior del carruaje era similar: sombrío y silencioso, como los restos destrozados de un árbol tras ser sacudido y golpeado por una tormenta, o como la lúgubre calma que sigue a una muerte y un funeral.

Junto a la joven, Rose subió los pies al asiento y ocultó la cabeza en las rodillas. Madre no la reprendió, solo la miró con preocupación. Lillian le acarició la espalda, consciente de lo estremecedora que debía resultar esa situación para una niña que apenas tenía nueve años.

—Odio los funerales —dijo la pequeña al cabo de un rato—. Son tristes, y oscuros, y horribles.

—Deben serlo —dijo Madre—. Son la conmemoración de una muerte. No pueden ser alegres.

—Pues es horrible. No quiero volver a ir a uno nunca más.

Madre suspiró.

—Tendrás que hacerlo. Tu padre y yo no estaremos aquí para siempre, ni tampoco el resto de tus familiares. Deberás ir para honrarlos.

Rose apretó los labios y agachó la cabeza. Lillian pudo ver que estaba conteniendo las lágrimas, pero no dijo nada.

Todo aquello también la había afectado a ella. Se había asustado al ver a Anne, pues estaba mucho más pálida y delgada de lo habitual, y en su rostro se marcaban unas profundas ojeras. Verla así le rompía el corazón. Solo quería abrazarla y con ello llevarse todo su dolor; prefería cargarlo ella antes que ver los ojos de su amiga tan tristes y vacíos.

Desearía haber podido conocer a Jacob. Anne lo quería muchísimo, se le iluminaba el rostro cada vez que hablaba de él, y Lillian no lo había visto ni en pintura.

Pero además de todo eso se sentía intranquila. No había presenciado una muerte desde que había fallecido su tía varios años atrás, tantos que apenas la recordaba. Ahora no podía evitar preguntarse quién sería el siguiente.

Tenía miedo, y odiaba tenerlo. Sabía que la muerte era parte de la vida, que perdería a muchas personas y ganaría otras nuevas, y no podía hacer nada para impedirlo. Pero no podía evitar mirar a su familia e imaginar que se acostarían aquella noche y no volverían a despertar.

—Lillian. Ya hemos llegado —dijo Madre.

Lillian alzó la vista y vio que la puerta del carruaje estaba abierta. Rose y su padre ya habían bajado, y Madre estaba de pie, con una mano extendida hacia ella.

La tomó y se apeó. Nada más entraron en la casa, un criado les recogió los abrigos y otra encendió un fuego en la chimenea. Padre pidió que prepararan té y se sentaron todos en la sala de estar.

—Es una lástima —dijo Padre, encendiendo su pipa—. Lo del chico Fernsby.

—Un muchacho tan joven... —añadió Madre—. ¿Cómo decías que murió?

—Su barco se hundió —respondió Lillian.

—¿Saben si hubo algún superviviente? —dijo Padre, tomando una calada.

Lillian sacudió la cabeza.

—No han encontrado ninguno, al menos, no por ahora. El barco se hundió cerca de la costa, así que pudieron recuperar gran parte de los cuerpos. Al resto se los declaró muertos.

—Se estarán pudriendo en el fondo del océano...

Rose se levantó abruptamente y salió de la habitación, la vista clavada en el suelo.

Lo que no sabíanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora