Capítulo 7: Tras ponerse el sol

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-Ya puedes irte, Ariane, no necesito nada más.

La sirvienta no parecía querer marcharse. Habían llegado a casa más tarde de lo esperado tras ir a tomar el té a casa de unos amigos de sus padres. Nada más llegar, Anne había corrido a su habitación, y llevaba desde entonces intentando librarse de Ariane. La criada había insistido en ayudarla a ponerse el camisón y se había empeñado en ordenar el cuarto de la chica. Hacía ya un rato que Padre y Madre se habían acostado, pero la muchacha seguía allí.

Anne se ponía más nerviosa a cada minuto que pasaba. Lillian podría llegar en cualquier momento, y no quería tener que darle explicaciones a Ariane. Además, seguro que si se enteraba no tardaría en contárselo al resto del servicio.

-Pero, señorita -se quejaba Ariane-, aún no le he cepillado el pelo, y...

-Puedo hacerlo yo sola, gracias. -Le puso una mano en el hombro y la condujo a la puerta.

-Pero...

-Buenas noches -dijo Anne con una sonrisa mientras cerraba la puerta.

-¡Espere! ¿Qué bicho le ha picado? Nunca le ha importado que me quedara un rato con usted en su habitación, charlando... ¿La he ofendido de alguna manera?

Anne se sintió mal al instante.

-No, Ariane...

-Porque si es eso le pido mil disculpas, señorita Anne, no sé qué habré hecho pero lo lamento, yo...

-Ariane. -Anne le puso las manos en los hombros-. No te preocupes. No has hecho nada malo. Estoy cansada, eso es todo.

Ariane suspiró, visiblemente aliviada, y asintió con una sonrisa.

-En ese caso, la dejaré que descanse. No dude en llamarme si necesita algo.

-Gracias, Ariane.

La sirvienta hizo una breve reverencia y se marchó. Anne cerró la puerta y se apoyó en ella un instante. Después se apartó, dio un saltito y fue brincando hacia la cama, donde se dejó caer contra los almohadones.

Ahora que Ariane se había ido, el tiempo parecía haberse alargado. Cada minuto parecía durar una eternidad. Anne esperó a Lillian cruzada de brazos.

Tras lo que parecieron años, se escuchó un golpe suave en la ventana. Anne se levantó tan rápido que estuvo a punto de caerse de la cama y corrió a abrir la ventana.

Allí estaba Lillian, vestida con un sencillo vestido oscuro y unas botas de piel. Se había recogido el pelo en una trenza, para mayor comodidad, supuso Anne, y llevaba un chal sobre los hombros para protegerse del frío que llegaba con el final del otoño. Alzó una mano para saludarla y Anne hizo lo mismo. Después sacó del baúl situado a los pies de la cama una larga cuerda, la ató a una pata de la cama y tiró el otro extremo por la ventana.

Había hecho varios nudos en la cuerda para que trepar fuese más fácil. Abajo en la calle, Lillian estaba tirando de la cuerda, comprobando su firmeza.

-¿Crees que aguantará? -dijo en un tono de voz lo bastante alto como para que Anne la oyera, pero no tanto como para despertar a los demás ocupantes de la casa.

-Eso espero -respondió Anne en el mismo tono-. La he atado a la cama.

-Sujétala por si acaso.

Anne asintió y entró en la habitación. Se situó junto a la cama, agarrando la cuerda con fuerza y rezando por que funcionara.

Minutos después, Lillian apareció en el alféizar. Se dejó caer al suelo con un suspiro de alivio y a continuación fue a sentarse en la cama junto a Anne.

Lo que no sabíanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora