Capítulo 20: Agua salada

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Anne se sentó en la silla ante el escritorio, pluma en mano, y, con el ceño fruncido, clavó la vista en el papel que tenía ante ella.

Durante las últimas semanas había intentado mejorar. Salía de su habitación de vez en cuando, comía aunque no tuviera apetito e incluso en una ocasión se había dejado convencer por su madre de salir a pasear un rato por el jardín.

Sin embargo, tras días de esfuerzos sentía que todo era en vano, pues no se sentía mejor. Por esto, decidió idear un plan. Cogió de la biblioteca un libro de psicología y se lo llevó a su cuarto para leerlo refugiada entre las sábanas.

Tras saltarse varios capítulos que no le interesaban, llegó a uno que la instaba a concentrarse en las cosas buenas que había en su vida, todo lo que la hacía feliz o por lo que estaba agradecida. Supuestamente, con esto conseguiría eclipsar las malas.

Había decidido que para llevar esto acabo necesitaba verlo, no solo pensarlo, pues esto último había demostrado no ser suficiente.

Así que aquí estaba ahora, examinando una hoja en blanco como si contuviera todos los secretos del universo y devanándose los sesos en busca de algo que escribir.

Empezó con lo más sencillo, lo que cualquier persona esperaría que escribiera, aunque eso no significaba que no lo considerase importante.


Madre y Padre


¿Y ahora qué? Su cerebro rápidamente le proporcionó una respuesta.


Lillian.


Al ver su nombre escrito con letra pulcra y delicada, una sonrisa asomó a sus labios, pero rápidamente se desvaneció. Continuó escribiendo.


Libros.


Y tras una pausa:


Olor a libros.

Escribir.


Se echó hacia atrás, alzando la cabeza hacia el techo.

Se escucharon unos golpes en la puerta.

-¿Señorita Anne? -Ariane asomó la cabeza-. Discúlpeme si interrumpo. Le traigo comida.

Anne le hizo un gesto con la cabeza.

-No pasa nada, Ariane. Entra. Puedes dejar la bandeja ahí -dijo señalando la mesita de noche.

Ariane hizo una reverencia, pequeña y cautelosa para que no se le cayera la bandeja, y la puso donde había indicado Anne.

-¿Esta vez se la comerá? -dijo la sirvienta, y al instante se tapó la boca con la mano.

-Comeré -contestó Anne. Tal vez no toda, pero comería.

Ariane esbozó una leve sonrisa.

-Me alegro de oír eso, señorita Anne. Y de ver que se siente mejor. -Hizo otra reverencia-. ¿Necesita algo más?

-No, gracias, Ariane.

La joven salió del cuarto, poniéndole una mano en el hombro a pasar junto a ella. Anne la observó marcharse antes de girarse de nuevo hacia el papel.


Ariane


Anne suspiró, sin saber qué más escribir. Era frustrante no saber qué letra venía a continuación. Antes, las palabras fluían de su pluma al papel como agua bajando por el cauce de un río tras un diluvio; ahora, sin embargo, se veía incapaz de escribir una simple lista. Su mente se hallaba tan vacía como su corazón.

Lo que no sabíanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora