Capítulo 6: Confianza

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—Parece que tu pequeño berrinche del otro día no ha pasado inadvertido.

Padre dejó caer un ejemplar del periódico sobre la mesa del comedor. Lillian dejó a un lado su taza de té y lo recogió. Tardó unos segundos en localizar el artículo al que su padre se refería, pero en cuanto lo vio abrió los ojos como platos.

Anne.

—¿Cómo se te ocurre?

Lillian levantó la cabeza para encontrarse con la mirada desaprobadora de su padre. 

—No habla de mí —declaró ella—. No es más que un artículo feminista. Es posible que el autor ni siquiera sepa lo que pasó.

—La autora, querrás decir. A ningún hombre con dos dedos de frente se le ocurriría escribir algo así. 

Lillian se cruzó de brazos. El comentario la había molestado, pero ahora debía centrarse en el artículo.

—¿Y qué quieres que haga?

Padre, que había estado dando vueltas alrededor de la mesa como un tigre enjaulado, se detuvo con brusquedad. 

—¡Retirarlo, claro está!

—No lo he escrito yo —dijo Lillian con firmeza.

—Sé que has sido tú. ¿Quién, sino?—Se acercó a ella de nuevo—. Me parece bien que el señor Clark no te agradara. No tienes por qué volver a verlo si así lo deseas. ¡Pero esto...! Es demasiado, Lillian. No eres consciente de las consecuencias que esto podría tener para nosotros.

—¿Qué consecuencias? —exclamó Lillian—. No lo he escrito yo, no habla de mí. Ni siquiera menciona lo que ocurrió el otro día... 

—Más bien lo que no ocurrió...

—No tendrá consecuencias, Padre. Y aunque las tuviera, yo no podría hacer nada para evitarlo.

Padre apoyó las manos sobre el respaldo de una silla. Lillian se percató de que la agarraba con fuerza, como si se estuviera conteniendo para no hacer lo mismo con ella.

—George, ¿qué ocurre?

Madre entró en la estancia, aún con la bata puesta y seguida de Edith, que traía una bandeja con huevos y tostadas. Padre se giró, alzó las manos y después señaló a Lillian.

—Solo... Lee el periódico. 

Se dejó caer sobre una silla, agotado. Tanta furia debía de consumir mucha energía. Madre se sentó y, con el ceño, fruncido, echó un vistazo al periódico.

—Lillian, hija... —suspiró Padre—. Si dices que no has escrito el artículo, te creo.

Lillian dejó escapar un suspiro de alivio y sonrió.

—Aun así, es un problema —prosiguió Padre—. No podemos permitir que se extiendan más rumores indecentes sobre ti. Podría dificultarnos mucho la tarea de encontrarte un marido.

Lillian agachó levemente la cabeza.

—No tienes de qué preocuparte, Padre. No pasará nada mientras Edgar Clark se mantenga alejado de mí.

Se estremeció al decir esto último, recordando la sensación de sus labios sobre su cuello, la presión de su cuerpo contra ella...

—Todo estará bien —dijo su madre cogiéndole la mano, ignorante de que ese gesto la había sacado de la oscuridad de sus pensamientos.

Lillian decidió creerla. Todo estaría bien.



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