Capítulo 8: Luces, música y vestidos de seda

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Lillian aterrizó de un salto en el suelo. Se sacudió la falda del vestido, sucia tras escalar la pared de piedra de la casa, y alzó la vista para encontrarse a Edith cruzada de brazos ante la puerta.

—¡Edith! —dijo con nerviosismo—. ¿No deberías estar acostada? Es tarde...

—Se meterá en un lío si su padre se entera de que ha pasado la noche fuera —dijo la criada. Lillian no supo distinguir si era una burla o una amenaza.

—Pero tú no se lo dirás, ¿verdad? —dijo; era más una súplica que una afirmación.

Edith se acercó a ella y le apartó un mechón de pelo del rostro.

—Señorita Lillian, ¿adónde ha ido?

La joven tragó saliva.

—No puedo decírtelo —susurró.

Edith asintió con aprensión y, tras dar un paso atrás, hizo una reverencia.

—¿Puede por lo menos asegurarme que está a salvo donde sea que vaya?

Lillian sonrió.

—Allí estoy y me siento más segura que en ningún otro lugar.

Algo en su mirada debió hacer a Edith entender, pues la sirvienta sonrió.

—Volverá a escaparse, ¿no es así?

Lillian asintió.

—En ese caso, asegúrese de tener más cuidado la próxima vez. —Rozó la pequeña herida que tenía en la mejilla con el dedo—. No me gustaría que se volviera a hacer daño. Y sospecho que a su acompañante tampoco.

Sin decir una palabra más, salió de la habitación, dejando a Lillian muy confundida y sola en la oscuridad.



Lillian cogió la mano que el cochero le ofrecía y bajó del carruaje. La fachada de la gran mansión de los Knight estaba decorada ostentosamente, llena de enredaderas, flores y guirnaldas de vivos colores. Decenas de personas merodeaban por el patio, lleno de carruajes que apenas cabían, o se apresuraban a subir la escalinata que llevaba a la entrada de la casa. Las puertas estaban abiertas, y la luz amarillenta y la calidez que provenían del interior daban la bienvenida a los invitados; la música y el alboroto que se escuchaban prometían una noche imposible de olvidar.

Y los anfitriones se asegurarían de que lo fuera, de eso no cabía duda. Las fiestas de los Knight eran siempre los eventos más esperados; toda familia con poder era invitada, y cualquiera que se preciara se cuidaría de asistir y de dar buena impresión.

Lillian se había arreglado para la ocasión, poniéndose un hermoso vestido malva con volantes de seda y unos guantes blancos a juego con sus pendientes de cuarzo y su chal, de un color crudo. Edith le había rizado los cabellos oscuros en un elaborado recogido sobre el que ahora reposaba un sombrero, en su opinión horrendo, que su madre había escogido para ella. Pero si obviaba el amasijo de plumas y lazos que descansaba sobre su cabeza, se sentía muy hermosa, e incluso antes de salir de casa se había detenido un momento ante el espejo simplemente por el placer de admirar su propia imagen. 

—Lillian, deprisa, entremos —dijo su madre, cogiéndola del brazo.

Padre se quedó unos minutos más hablando con un caballero en el jardín y ellas entraron. Atravesaron el vestíbulo y una criada no mucho mayor que Lillian las guio al salón de baile.

Lillian se quedó sin aliento nada más verlo. Era maravilloso, con suelos impolutos, paredes decoradas con coloridas flores, altas columnas con bellos grabados y mesas a rebosar de deliciosos manjares situadas junto a las paredes. En el centro de las sala, varias parejas se movían al son de la música que tocaban unos músicos desde un lateral, y alrededor de la pista de baile había congregada una multitud que reía y charlaba a la vez que comía.

Lo que no sabíanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora