Unos golpes en la puerta despertaron a Lillian bien entrada la mañana. Se incorporó y se frotó los ojos con sueño. La noche anterior había ido a ver a Anne y se había quedado hasta bastante más tarde de lo previsto, así que a pesar de que se había despertado mucho más tarde de lo habitual, lo único que quería era enterrarse bajo las sábanas y dormir unas horas más.
Suspiró y apoyó la cabeza en las manos, tratando de reunir energías para ponerse en pie.
—Señorita Lillian —llamó Edith desde el pasillo—. ¿Está despierta?
—Sí...
Apartó las sábanas y se levantó. Edith abrió la puerta.
—¿Quiere que la ayude a vestirse?
Lillian asintió. Aquel iba a ser un día muy largo.
Tras vestirse y desayunar unos huevos escalfados, tostadas con mermelada y una gran taza de café, Lillian se sentía mucho más despierta. Después del desayuno fue a la sala de música, donde se sentó frente al gran piano de cola para practicar.
El sonido del piano siempre le había gustado. La relajaba, le permitía olvidarse de todo y simplemente sentir... Le parecía un sonido delicado y a la vez firme, cálido y brillante... Había empezado a tocar siendo muy pequeña, y nunca había querido dejarlo, aunque ahora tenía menos tiempo para practicar. Por eso, cada vez que tocaba sentía como si volviera a casa tras un largo viaje.
Durante un rato sencillamente se dejó llevar, tocando lo que mejor le sonaba, con los ojos cerrados y una sonrisa dibujada en el rostro. Sus manos volaban sobre el piano, acariciando las viejas teclas, cuyo tacto ya reconocían.
Después practicó algunas canciones que se sabía de memoria, y por último se levantó y sacó del armario que había en un rincón unas partituras nuevas. Las leyó varias veces y después intentó tocarlas. No sonó tan bien como las canciones que ya conocía, por supuesto, pero lo disfrutó incluso más.
Iba ya por la segunda hoja cuando la puerta se abrió.
—¡Lillian! —dijo su madre, agitada—. Ven, deprisa.
Lillian se tensó. La última vez que había visto a su madre así fue el día que los padres de Edgar los invitaron a tomar el té. Se dijo a sí misma que no tenía de qué preocuparse.
—¿Qué ocurre? —preguntó levantándose y acercándose a su madre.
—Tu padre, hija, ¡ya vuelve de su viaje!
—¿Tan pronto?
—Sí, eso parece. Ahora baja, su carruaje llegará pronto. ¿Estás presentable?
—Eh...
—Sí, lo estás —dijo Madre, respondiendo a su propia pregunta—. ¡Vamos, baja!
Lillian obedeció y caminó a paso rápido hacia el recibidor. Rose ya estaba allí; su niñera, Mabel, le estaba sacudiendo la falda del vestido, que probablemente llevaba manchada de tierra o migas.
Minutos después la puerta se abrió y Padre entró en la casa.
—¡Padre!
Rose se lanzó sobre él y él la cogió en brazos, levantándola del suelo para hacerla girar.
—¡Mi pequeña!
La abrazó unos segundos y después la dejó en el suelo. Lillian se acercó a él y rodeó su cuello con los brazos. Él la estrechó contra sí.
—Vuelves pronto —dijo Lillian un poco más tarde, apartándose—. ¿No dijiste que tardarías dos semanas?
—Dije que estaría de vuelta en menos de dos semanas. Y he cumplido mi promesa.
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Lo que no sabían
RomanceInglaterra, siglo XIX. Anne es una joven curiosa y entusiasta que lucha contra los estándares impuestos por la sociedad. Lillian, por el contrario, se esfuerza por encajar y hacer sentir a sus padres orgullosos. Cuando se conocen, en ellas nace un s...