Capítulo 19: Luz

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La puerta se abrió y la luz llenó la habitación.

Madre estaba en la puerta, con una mano apoyada sobre el pomo y la otra sujetando una vela.

-Vengo a recoger la comida -dijo con dulzura.

Fue hasta la mesita situada frente al sillón en el que estaba sentada Anne y recogió de ella la bandeja a rebosar de comida intacta. Anne apartó la mirada al ver la decepción en sus ojos y la desvió a sus manos, que jugueteaban con un trozo de hilo suelto del sillón.

-¿No tienes hambre? -preguntó Madre con suavidad. Anne negó con la cabeza-. Anne, ya sé que es duro, pero... tienes que comer. Por favor.

-He comido antes -dijo Anne. No era mentira. Había probado un poco de pan de la bandeja que le habían llevado a mediodía, e incluso se había llevado a la boca algunos trozos de carne.

Madre sacudió la cabeza.

-Lo sé, pero... No es suficiente. Vas a enfermar -dijo preocupada.

Tenía razón. Anne lo sabía. Pero no podía comer más que unos pocos bocados antes de que le entraran náuseas. Ni siquiera sentía hambre; la sensación de vacío que tenía en el cuerpo no se debía a la falta de comida.

Sabía que tenía que comer, lo sabía, pero no podía. Así que no lo hacía.

Hacía pocas cosas aquellos días. Sentía como si viera el mundo a través de un cristal: al otro lado estaba la luz, la alegría, todas las cosas buenas y bonitas, y lo veía todo lejano, amortiguado. Inalcanzable. En su lado del cristal solo había oscuridad, y dolor, y frío, y soledad.

No quería hacer nada, solo esconderse bajo las sábanas y dormir. Y cuando parecía que estaba mejorando, cuando se sentía con ganas y energía de levantarse de la cama y salir del cuarto, volvía a recordarlo todo. Le pasaba por encima como un carruaje y la dejaba dolorida y exhausta.

Quiso explicárselo a su madre, pero pensó que no lo entendería. Se había recuperado de la muerte de Jacob deprisa y con facilidad. Ahora solo se apenaba cuando mencionaban su nombre, y el resto del tiempo estaba rebosante de energía y felicidad. Anne la odiaba un poco por ello.

-Anne, cielo... -Madre le acarició el cabello-. Sé que es duro, lo sé, pero han pasado semanas, tienes que empezar a intentar superarlo. Vivir con ello, al menos. No puedes quedarte atrapada en este estado, entre la vida y la muerte, sin salir nunca de casa, apenas sobreviviendo. Jacob no querría eso -añadió, su voz rompiéndose solo un poco.

Anne apretó los labios, sin darle una respuesta. Madre suspiró, asintió con la cabeza y se levantó.

-Intenta dormir, por lo menos. Te quiero.

Le dio un beso en la frente y se marchó, dejando sobre la cómoda la vela que había traído. Anne se quedó sentada en el sillón, mirando fijamente a la puerta, hasta que las lágrimas que estaba conteniendo pudieron con ella y se echó a llorar.

Se hizo un ovillo en el sillón, abrazándose las rodillas, como si con ese gesto pudiese mantener unidas las piezas de sí misma que amenazaban con desmoronarse.

Cuando al fin logró calmarse respiró hondo, se levantó, salió al pasillo y lo recorrió hasta detenerse ante la puerta de Jacob.

Había permanecido las últimas semanas recluida en su habitación, saliendo solo para ir allí. Para verlo. Para tratar de sentirse más cerca de él. No era lo mismo, nunca sería lo mismo, pero ahora era lo único que tenía.

Tras cerrar la puerta a su espalda, se sentó en el suelo y cruzó las piernas. Por muchas veces que entrase allí y por mucho tiempo que pasara en ese cuarto, no creía que fuera a ser capaz nunca de sentarse en la silla o tumbarse en la cama. Una cosa era estar allí, y otra muy distinta era tocar las cosas, arriesgarse a cambiar algo, a romper algo, a hacer algo que provocara que el espíritu de Jacob se alejara un poco más de ella.

-Te echo de menos -susurró al aire, una parte de ella esperando que pudiera oírla, por muy estúpido que eso sonara-. Cada. Día.

Se cruzó de brazos y después los separó y apoyó las manos en el suelo. Tragó saliva con dificultad.

-Sé que ahora mismo no estás orgulloso de mí -dijo, su voz temblando ligeramente-. Han pasado semanas, y sigo igual, y parece que nunca nada vaya a mejorar.

Apoyó la cabeza contra la pared y juntó las manos sobre el regazo.

-Pero es que... Ya no estás. Ya no estás -repitió en un susurro-. Y parece... imposible acostumbrarme a vivir en un mundo en el que no estás. No sé hacerlo, no sé. No puedo.

Dejó escapar un sollozo mientras se tapaba el rostro con las manos. Sentía una presión en el pecho, que le apretaba y le impedía respirar. Se pasó las manos con el pelo, la mirada perdida en algún lugar.

-No puedo -dijo de nuevo, tan bajo que ella misma apenas lo escuchó.

Lo que sintió en aquel momento fue algo que nunca podría compartir con nadie, pues no la creerían; tampoco quería hacerlo. El rayo de luz que entraba por la ventana la cubrió y la envolvió, y en esa calidez Anne sintió a Jacob, abrazándola, allí y a la vez muy lejos. Tal vez todo aquello era producto de su mente cansada y desesperada, pero decidió creer que él estaba allí, con ella.

Se secó las lágrimas, y exhaló con lentitud, dejando que la sensación recorriera todo su cuerpo, haciéndola sentir en paz por primera vez en mucho tiempo.

-Mamá dice que tengo que intentarlo. Que tengo que dejarte ir. Sé que tiene razón, pero cuánto odio que la tenga.

Después la sensación desapareció. Anne sintió su caricia alejándose despacio, rozando su mano una última vez antes de desvanecerse.

-Voy a hacerlo, Jacob -dijo, tanto a sí misma como a él-. Voy a intentarlo. Por ti. Porque sé que odiarías verme en la miseria, ver que el legado que me has dejado es uno de dolor y tristeza. También lo hago por mí. Porque echo de menos cómo era mi vida antes. Y aunque sé que nunca será igual, que nunca dejaré de echarte de menos, que nunca dejaré de quererte y añorarte, quiero tratar de encontrar una vida que se le parezca. Que me haga feliz. Así que voy a intentarlo.

Sin nada más que decir, se puso en pie, sintiéndose algo mejor. No mucho, pero era un comienzo.

Lo que no sabíanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora