Capítulo 23: A salvo

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Lillian escribía la carta con un nudo en la garganta. Esperaba que Anne no se sintiera tan decepcionada al leerla como ella se sentía en este momento, pues no quería que su amiga estuviera triste. Pero una parte de ella quería que lo hiciera, quería creer que le importaba tanto a Anne como Anne le importaba a ella. Se llevó la mano a la frente; sabía que Anne la valoraba tanto a ella como a su amistad muchísimo. No podía dejar que el mal humor le nublara la mente.

Había tratado de convencer a sus padres de que la dejaran ir, sacando el tema un par de veces más antes de darse por vencida, pues cada vez que lo mencionaba ellos se enfadaban y se negaban a responderle hasta que desviaba la conversación hacia otro tema.

Así que aquí estaba ahora, sentada de piernas cruzadas sobre la cama, intentando explicarle a Anne de la forma más calmada posible que no podía ir con ella a Brighton.

Al final le quedó un mensaje bastante corto. Pensó que eso sería más efectivo que líneas y líneas explicando lo ocurrido y lo mal que se sentía. Anne ya sabría todo eso.

Cuando hubo terminado de redactarla, la carta estaba llena de tachones, así que cogió otro papel del cajón y la pasó a limpio con letra clara y pulcra.

Por último llamó a Edith, que apareció unos instantes después recolocándose la cofia.

—¿Sí, señorita Lillian? —dijo con una sonrisa.

—Edith, querida, necesito hacer llegar un mensaje a Anne. —Le mostró la carta, que había metido en un sobre y sellado con una gota de cera.

Edith asintió.

—Se la daré a Frankie —dijo, refiriéndose al muchacho que cuidaba de los caballos, limpiaba los establos, y de vez en cuando les hacía recados en la ciudad. Después vaciló—. ¿Desea que se lo oculte a sus padres? ¿La carta? Si es así, no será ningún problema.

—No, gracias, Edith —respondió Lillian con una risita—. Solo es para informar a Anne de que no podré acompañarla a Brighton. No es necesario que la escondas.

—De acuerdo, señorita.

Con una inclinación de cabeza, Edith cogió la carta, se despidió y se marchó.

Lillian se dejó caer contra la silla y cerró los ojos un instante, descansando del mundo exterior. Luego se puso en pie, fue a la sala de música y se sentó ante el piano. Nada mejor para calmarla y hacerle olvidar que acariciar las suaves teclas de madera y marfil, sentada sobre el mullido asiento de terciopelo blanco y escuchando el dulce sonido que emitía el instrumento.

Escogió una canción sencilla, que no exigiera demasiada concentración, y empezó a tocar. Rápidamente se olvidó de dónde estaba, de quién era; solo existía la música y lo que esta le hacía sentir.

No sabía cuánto tiempo llevaba tocando cuando entró Rose en la habitación, descalza y cepillándose el pelo con descuido. Lillian no se inmutó.

—Lillian —la llamó la niña.

—¿Qué quieres? —dijo la otra sin dejar de tocar.

—Madre quiere ir a dar un paseo. Quiere que vayamos todas.

—¿No puede ser en otro momento?

Rose frunció el ceño.

—No. Date prisa.

Se marchó sin una palabra más. Lillian suspiró, bajó la tapa del piano y fue a su cuarto a vestirse.

Edith le ayudó a ponerse un sencillo vestido azul oscuro con cuello alto, y le trajo unos guantes blancos con bordados de flores a juego. Después le recogió el pelo en un rodete, dejándole algunos bucles sueltos para que le enmarcaran el rostro.

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⏰ Última actualización: Oct 12 ⏰

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