Capítulo 8- Long distance

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-Veamos-mi padre señalaba España en un gran mapa sobre la mesa, con todos a su alrededor en la sala de reuniones. Me incliné para verlo mejor- Nosotros estamos aquí. Hay algunos grupitos a nuestro alrededor-señaló algunos puntos cerca de nosotros- pero hemos descubierto que su escondite principal es aquí-señaló unas grandes montañas a kilómetros de nosotros. ÉL estaba a kilómetros de mí.

Esteban, 34 años y buen tipo, comentó algo por primera vez.

-Si han venido desde allí, lo más seguro es que haya sido a través de un Portal. Y si ha sido así, tiene que haber alguna manera de volver.

Marina, una mujer de su misma edad, intervino. se avecinaba una pelea.

-En el caso de consiguieran una pulesia (aparato para abrir portales), cosa que dudo mucho, no hay manera de saberlo seguro. Sabes que aún no sabemos si se puede teletransportar de un portal a otro del mismo mundo. No podemos arriesgarnos.

-No tenemos ni tiempo ni pruebas de eso-replicó él, y ella puso mala cara-, lo más rápido es abrir un portal. Como mucho, llegaríamos a otro sitio...

-Un sitio que puede ser cualquiera, un sitio en el podemos perdernos.

-Calma-cortó mi padre al fin. Se miraban con odio, pero yo en el fondo sabía que solo era el orgullo de no demostrar el amor que ambos sentían-, lo que dice Marina es cierto. No podemos arriesgarnos así sin haberlo experimentado antes. Lo mejor es coger un avión.

-Perfecto.

-¿Cuándo?

-Por mí mañana está bien.

Marina sonrió satisfecha, y así terminó la conversación.


Me dolía cada minuto sin él. Y a cada minuto, me repetía lo tonta que había sido creyendo todo lo que decía, sus "te quiero". Le había dado mi virginidad, cielo santo. Le habría dado todo y él sólo se había aprovechado de que era una estúpida inocente. Y lo peor era que lo echaba de menos.

Alguien tocó a la puerta cuando me puse a hacer la maleta: en unas horas nos íbamos al aeropuerto.

Mario. Momento incómodo.

Se puso de cuclillas a mi lado y me apartó de la cara. Jolín, era tan adorable.

-¿Te ayudo con esto?

-Si quieres...

Dobló pantalones, camisetas y más camisetas. Por suerte, ya había guardado la ropa interior.

-Oye Lena, sobre... lo de ese beso...

-Sí.

-Quería pedirte disculpas.

-¿Por qué deberías pedirlas?

-Por...-le costaba decir esa palabra- besarte sin saber lo que sientes. Te veo mal, Elena. Sé, o al menos pienso, que no sientes lo que siento yo.

-No debes disculparte, pero realmente, no sé ni yo lo que siento-mentí, mentí- ¿Qué sientes?

-Siento que cuando... cuando te miro, eres la única persona que existe, aunque haya miles de personas a tu alrededor. No sé, eres tan guapa... y tan madura.

-Cuando vives la vida que yo llevo, no te queda otra-le quité importancia. Yo sabía que no era tan lista y madura: si lo fuera, no me habría enamorado como una tonta, de la persona menos indicada.

-No intentes hacer como si fueras menos, porque no lo eres-sonrió-, siempre haces eso.

Se acercó a mí, y esta vez me besó la mejilla.

-Cuando lo tengas claro, dímelo-me susurró, y yo asentí con la cabeza cuando el estaba a punto de cerrar la puerta.

De verdad que no sabía cómo alguien tan bueno no podía hacerme sentir viva.


El viaje fue cansado, aburrido y eterno. Y no hay nada peor que un viaje para pensar, y para calentarte la cabeza. Entonces me metí las manos en los vaqueros que llevaba puestos, y noté un papel.

Una nota.

Observé a Mario a mi lado, que estaba completamente dormido, pero hasta no estar segura, no lo abrí.

Lena... soy yo. Ya sabes. Con lo despistada que eres, puede que no veas esta carta a tiempo: van a ir a por Bea esta noche. Estate muy atenta para soltar la alarma: confío en tu capacidad de luchar, creeme, pero prefiero que lo hagas lo menos posible. Si la ves más tarde, te prometo que estará a salvo. Solo la utilizan de cebo para que les déis ese maldito libro. No sé a dónde vamos, cuándo, no me han dicho nada aún. Pero quiero que sepas que pase lo que pase, esté donde esté, te quiero, Elena. No lo olvides jamás, da igual cuándo leas esto. Te quiero, te quiero.

Y así concluía. La leí unas cuatro veces hasta que me dí cuenta de que tenía que darle la vuelta.

Pd: si no estoy para cuando la lees (te conozco un poco), debes destruirla. Si alguien leyera esto, estarías perdida. Sé que no quieres y que tardarás mucho en deshacerte de ella, pero debes hacerlo. Prometo escribirte más cartas lo que me queda de vida, aun que sé que odias las promesas.


Y no había ningún adiós en ninguna parte, porque yo sabía que él odiaba las despedidas.

Y yo le pedía a Dios que no fuera una despedida, que volviera verle, que fuera verdad.



Almas Blancas: Los orígenes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora