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Mis ojos se abren cuando oigo el ruido de una puerta cerrándose. Mi mirada adormecida cae sobre una figura masculina. Dominic. Y me despabilo completamente al ver que solo tiene una toalla envuelta en la cintura.

Cuando logro enfocarlo bien, veo que también lleva el cabello mojado y despeinado.

—¿Cómo dormiste? –pregunta como si nada.

Mientras que yo siento como si estuviera a punto de aterrizar sobre el suelo luego de caer desde mil metros de altura.

Trago saliva, tengo sed.

—Bien. ¿Qué hora es?

—Las seis y media.

No entra en mis pensamientos cómo este chico puede lucir tan bien luego de haber dormido… ¿cuánto? ¿cinco horas? Mientras que yo solo pienso en volver a dormir hasta el mediodía.

Vuelvo a caer sobre la almohada y me paso ambas manos por la cara para intentar quitarme el resto del sueño.

Y cuando vuelvo a mirar hacia el frente, Dominic ya tiene puesta toda su ropa de la cintura para abajo. ¿Se ha desnudado y no me di cuenta? Bueno… Mejor no haberme dado cuenta. Si, mejor.

Carraspeo y él me mira.

—¿Te apetece desayunar? –me pregunta, tomando una camiseta del cajón.

—Creo que sería mejor llegar lo más antes posible a la casa de mis abuelos. –respondo.

Me regala una media sonrisa.

—Entonces… ¿debo poner mi cama sobre la camioneta o planeas levantarte?

Gruño y luego me quito el edredón de encima.

Error.

La camiseta de Dominic se me ha subido hasta la cintura. Y se me ven las bragas. Me bajo la prenda lo más rápido que puedo pero sé que él ya me ha visto.

—Oye ten cuidado, no vayas a mostrar nada que no hayas mostrado anoche en la alberca. –dice de forma irónica.

—Bueno, ya no estamos en la alberca. –contesto, poniéndome de pie.

La mirada de Dominic vuelve a caer sobre mí, al igual que anoche.

—¿Qué?

—Nada. –dice y sacude la cabeza.

Encuentro la ropa que dejé tirada anoche y hago un gesto de asco al olerla.

—Huele a pescado. –gruño.

Dominic se echa a reír. Al igual que anoche, vuelvo a pedirle que se gire hacia otro lado y con la misma expresión de disgusto, me pongo aquella olorosa ropa.

Salimos de su habitación y ahora puedo ver con detalle el interior de su casa, hasta bajar y entrar a la cocina. Cada espacio es grande, todo parece ser de película. Es una casa preciosa.

—Hola, Conrad. –dice Dominic.

Dejo de mirar a mi alrededor y mi mirada se posa sobre el hermano menor de Dominic, quien está sentado en un taburete junto a la mesada de la cocina.

—Hola, Dom. –dice él, y luego su mirada viaja hacia mí, y una sonrisa se estira en su rostro. —Buenos días, Lonnie.

Yo le sonrío de regreso. —¿Cómo estás, Conrad? ¿Te gusta la granola?

Él asiente con la cabeza mientras se lleva una cuchara cargada a la boca.

—¿Papá va a llevarte al campo hoy? Anoche quedaste solo, hablaré con él. –interfiere Dominic, con una mirada seria.

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