En un intento por armar un rompecabezas de su infancia y salir del abismo en el que se encuentra sumergida, Aradia Svensson decide regresar a su pueblo natal donde se percata que absolutamente todo ha cambiado y descubre que todo el pueblo de Foxvil...
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Aturdida.
Así era como me encontraba en este momento, mi cuerpo se sentía completamente pesado haciendo que me sintiera agotada, tanto física como emocionalmente, no sabía dónde estaba pero podía sentir las bajas temperaturas penetrar mis huesos como finas dagas, unas enormes náuseas se hicieron presentes cuando por mis fosas nasales entró un terrible hedor, realmente olía fatal aquí dentro.
Ugh.
Huele a mierda.
—¡Ouch, joder! —Me queje cuando una pequeño destello de luz me dio de lleno en los ojos haciendo que los cerrara nuevamente.
Intente acostumbrarme a ella hasta que poco a poco fui abriendo los ojos, logrando ver a mí alrededor el lugar que era un completo desastre, quise levantarme pero no pude, estaba atada a esta helada silla sin poder mover ni un solo dedo. Estaba realmente confundida, hasta que pequeños fragmentos de todo lo ocurrido vinieron a mi cabeza de manera repentina.
Desesperada comencé moverme de un lado a otro intentando zafarme de las ataduras que me retenían dejándome sin escape alguno, un pequeño susto se hizo presente cuando la puerta se abrió de golpe, mis sentidos se activaron poniéndome en alerta cuando por esta entraron dos hombres, uno con aspecto robusto y desastroso, mientras que el otro era un poco más flaco, con dientes de oro.
Trague grueso cuando con pasos sigilosos se acercaron a mí, en sus rostros se dibujaban sonrisas totalmente sádicas poniendo mi piel de gallina debido al temor y la repulsión que me causaban. La impaciencia llegó a mí cuando se encontraban a escasos centímetros de donde me encontraba, con total impaciencia seguí moviéndome intentando zafarme pero simplemente era inútil.
«¡Vamos, Aradia! ¡Tu puedes!»
No, puedo.
«Solo inténtalo»
La soga esta muy apretada.
Mi pecho se estrujo cuando el más robusto de ellos se acercó a mí viéndome a los ojos, y tocando mi barbilla con su seca mano le dijo al otro:
—Demonios... —Inspecciono mi cuerpo con total insolencia. —El jefe no nos había dicho lo linda que era su nueva amiguita.
Voltee mi rostro por instinto haciendo que ellos sonrieran más.
