Capítulo 13. Una mordida familiar

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JOCELYN

Después de que Nina y yo hubiéramos compartido esa... experiencia con el hombre guapo del bar del motel, fue como si hubiéramos vuelto a la normalidad.

Estábamos totalmente sincronizadas.

Pasamos todo el día siguiente acurrucadas en la cama, comiendo un buffet de Cheetos de diferentes sabores y desahogándonos por todo.

Y cuanto más hablábamos, más me abrumaba la sensación de que... conocía a Nina desde hacía mucho tiempo.

Desde siempre, tal vez.

Era como si supiera las palabras que iba a decir antes de que las dijera. Cada historia que me contaba, cada anécdota sobre su pasado o las personas que había conocido, me parecía algo que yo misma ya había vivido.

Nunca había sentido eso, ese tipo de conexión, con otra persona.

Como sanadora, estaba acostumbrada a sentirme más conectada con la gente que los demás. Estaba acostumbrada a ser capaz de comprender y empatizar en un grado mucho mayor.

Pero esto era completamente diferente. Era como si Nina abriera el libro de sí misma, permitiéndome ver la escritura de sus páginas.

Pero yo ya había leído la historia.

Ya la tenía memorizada.

Así que después de pasar otra noche juntas (esta vez sin terceras personas, sólo nosotras dos, haciendo el amor de forma apasionada, tierna y duradera) decidimos que era hora de irnos.

Mientras me vestía, observando cómo Nina se peinaba en el cuarto de baño, me pregunté si dejar este motel haría que la burbuja estallara.

La burbuja de la perfección amorosa.

La burbuja de la apertura, donde nada era demasiado aterrador o demasiado privado para hablar.

Deja de preocuparte, Jocelyn, me ordené. Tienes tu sexualidad de vuelta, tienes a Nina de vuelta, te sientes recuperada. Nada ha ido mal hasta ahora.

- ¿Estás lista? —preguntó Nina, asomando la cabeza en la habitación.

Asentí con la cabeza y me abroché el último botón de la camisa.

- Hagámoslo —dije, lanzándole una sonrisa.

***

Llevábamos ya un par de horas caminando, con la luz del sol brillando en nuestros rostros mientras avanzábamos en un cómodo silencio.

Sabía que en cualquier momento llegaríamos al inicio del territorio de la manada. Sentía que el agujero de la preocupación en mi estómago comenzaba a expandirse.

Tenía un conflicto interno conmigo misma.

Los dos últimos días con Nina habían sido nada menos que perfectos. La conexión que teníamos... era indescriptible.

Sentía mucho por ella.

Sentía mucho cuando estaba con ella.

La debía intentar mantenerla a salvo. Protegerla. Pero al mismo tiempo, si hacía lo que tenía que hacer para protegerla, me estaba asegurando de que nunca estaríamos juntas. Que ya no pasaríamos más horas acurrucadas entre las sábanas, comiendo comida basura y riendo tan fuerte que nos doliera el estómago.

Nunca tendríamos la oportunidad de intentarlo de verdad.

Esta era la discusión que ocupaba todo mi espacio cerebral, y aún seguía en pie cuando llegamos a la señal que nos indicaba que comenzaba el territorio de la Manada de la Costa Este.

Lobos milenarios (libro 4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora