Capítulo 13. I parte

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Sentí una soledad al abrir la puerta; mis ojos ardían, sentí una gran tristeza pero no sabía el porqué, fue algo de repente era un sentimiento…

Ya eran las 6:30 p. m. por ser domingo decidí llegar más temprano a casa, aunque para ser sincero me sentía cansado y quería llegar pronto. Zulema me había llamado a la hora del almuerzo para preguntarme por mi hija quien había salido muy temprano y no había regresado a almorzar y tampoco respondía las llamadas. Mi pequeño ángel tiene esa mala costumbre de salir y decir que no se va a tardar pero nunca cumple y luego regresa sonriendo, con esa dulce e ingenua sonrisa. No he podido olvidar esa carita tan tierna y esa sonrisa tan tímida, pero lo más hermoso fue cuando habló por primera vez, cuando su primera palabra fue, papá.

Hoy fue un día bastante diferente; mentiría si dijera que no lo sabía, que no me había dado cuenta… Por más que tratemos de ocultar al mundo una parte de nosotros, siempre vamos dejando pequeñas piezas sueltas y solo basta con ser lo suficientemente atento para darse cuenta de ellas y armar el rompecabezas.
Había empezado apenas mi hija la universidad y acababa de conocer un chico el cual era compañero de clase pero lo curioso era la forma cómo la trataba. En varias ocasiones; eventos, cenas, y reuniones familiares, mi hija acostumbraba a invitar a algunos compañeros que consideraba amigos. Él siempre se comportaba diferente con ella, su atención siempre era para ella, su mirada de admiración cada vez que mi hija hablaba sobre sus sueños; su timidez, la forma cómo se sonrojaba y se colocaba nervioso cada vez que ella lo acariciaba. Aunque mi hija solo lo veía como su mejor amigo y nunca demostró ningún interés por él, no tenía duda que él estaba perdidamente enamorado de ella.

Estaba en el taller cuando recibí su llamada, me pareció algo extraño y su voz tan nerviosa me angustiaba, pensé que a mi ángel le había pasado algo.

—Es que, que- quería saber si usted tiene algún inconveniente en que Ghersú y yo seamos novios. No pude evitar reírme ante aquella pregunta.

—Pensé que morirías sin confesarlo —y volví a reír.

—No creo que haya un mejor esposo para mi hija que tú. Así que no tengo ningún inconveniente, tienes todo mi apoyo y aprobación.  

Una llamada en mi celular me sacó de mis pensamientos.

—Buenas noches, hermano, disculpa por llamarte a esta hora.

—Aligia, ¿cómo estás?, tú puedes llamar a la hora que me necesites, no tienes que disculparte. ¿A qué se debe tu llamada?

—He estado llamado a mi hija y no contesta, he marcado al celular de mi sobrina pero sale apagado. Hoy temprano Ghersú vino a mi casa y salieron las dos. Me haces el favor de decirle a Itzaé que ya es tarde y la necesito en casa.

LA ÚLTIMA LUZ DEL DÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora