C a p í t u l o 20

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S I L V I A

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S I L V I A

El paseo hasta el bar es rápido, lo que es perfecto porque significa que el camino de vuelta al auto no será demasiado largo. Seth y Rachel parecen congeniar bastante bien, y Jorge y yo vamos unos pasos por detrás de ellos.

De vez en cuando nuestros dedos se rozan, y siento que me recorre una ráfaga de excitación. Hace una semana que Jorge y yo no tenemos intimidad, salvo la interacción apresurada de hoy, y mi cuerpo se muere por volver a ese lugar de intimidad. Me relamo los labios, con la boca repentinamente seca al pensar en su polla en mi boca tal y como había prometido.

—Las cosas que voy a hacer con esa lengua después. —Se inclina, gruñéndome al oído y yo miro brevemente hacia delante, para asegurarme de que siguen en su mundo antes de volver a dirigirme a Jorge.

—¿Lo mismo que pienso hacer con la tuya? —Me burlo y él levanta una ceja. Jorge tiene un aspecto increíblemente delicioso esta noche y me muero de ganas de reclamarlo, después de ver cómo las mujeres le miran toda la noche. Nunca me había dado cuenta de toda la atención femenina que recibe Jorge. O tal vez lo hice y no me molestó. No estoy segura, pero desde nuestra camarera hasta al menos tres mujeres del restaurante, Jorge Salinas no pasó desapercibido.

Lleva unos pantalones negros y una camisa blanca abotonada con las mangas remangadas hasta los antebrazos, que es mi look favorito en un hombre. No estoy segura de sí durante una de nuestras conversaciones inducidas por la borrachera de amor en Charleston lo había mencionado, porque parecía la fantasía de Silvia hecha realidad.

Bueno, él había sido una fantasía mía en algún momento.

—Puedo sentir que me miras —murmura, y me río antes de volver a girar hacia delante.

—Eres tan jodidamente sexy que me vuelves loca —le digo, y sus ojos se cruzan con los míos, mientras seguimos caminando por la calle semidesnuda.

—Si crees que te vuelvo loca ahora, espera a que te meta la lengua en el clítoris. —Casi me ahogo ante sus palabras. Palabras que dice con tanta despreocupación, como si no acaba de prender fuego entre mis piernas.

—Dios mío. —Dejo escapar una respiración temblorosa, y me esfuerzo por seguir caminando sin esfuerzo sobre las cuñas que había elegido. Lo miro levemente con el rabillo del ojo, y él parece bastante satisfecho de sí mismo—. Idiota1 —murmuro.

—Lo conseguirás pronto, cariño. Te lo prometo.

Rachel tiene razón y consigo entrar con bastante facilidad, sobre todo una vez que le dice a su amigo el gorila que definitivamente no voy a beber. Me pone un sello diferente en la mano para cubrirse las espaldas, supongo, y me hace pasar sin decir nada más. Rachel insiste en que Jorge y yo tenemos que ir a la mesa que sus amigos han reservado para la noche, y aunque quería escabullirme para poner en marcha mi plan, sé que tengo que actuar con calma para no hacer saltar ninguna bandera roja a Seth.

Amor InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora