C a p í t u l o 1

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S I L V I A

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S I L V I A

Silv, levántate! —Su voz retumba en toda la casa y me estremece oír cómo dice mi nombre. En primer lugar, me llamo Silvia. Supuestamente era un guiño a mi padre y a mis raíces italianas. Raíces que no conozco del todo bien, porque dicho padre se levantó y se fue en cuanto mi madre supo que estaba embarazada. Una parte de mí se pregunta por ellas. En realidad, no mi padre, porque no parecía un tipo que valiera la pena, pero tal vez una abuela. Una que pudiera enseñarme a hacer pasta o cannolis desde cero o tal vez una tía en su cuarto matrimonio que supiera dónde encontrar el mejor helado y me diera vino a escondidas en la cena.

Me siento en la cama, preguntándome por esa parte de mi familia por quizás la millonésima vez en mi vida. Mi madre dice no saber nada de ellos, ni siquiera cómo ponerse en contacto con ellos, y mi corazón se hunde cada vez que desprecia mis sentimientos sobre toda esa parte de mí de la que no sé nada. Tal vez sea demasiado doloroso para ella hablar de ello.

Me levanto y me dirijo al tocador de mi habitación, sacando mi cabello de las dos trenzas que me hice anoche para que hoy luzca unas ondas naturales. Mi madre es negra y mi padre era... bueno... es italiano, así que mi cabello puede ser temperamental, pero por suerte, hoy no es uno de esos días. Llaman a la puerta y dirijo la mirada hacia el sonido, mirando al hombre que sé que está al otro lado.

—¿Qué?

Su profunda voz retumbante recorre la habitación y resuena en las paredes. —¿Estás decente?

—Si digo que no, ¿te irás? —Me froto debajo de mis ojos color carbón y me inclino hacia delante, mirando las bolsas que sé que hay debajo de ellos por haber estado al teléfono hasta las dos de la madrugada la noche anterior. Un chico, por supuesto. Carter James, el capitán del equipo de fútbol. Soy animadora y parece que todo el instituto está empeñado en que nos convirtamos en un cliché andante. Le he seguido la corriente porque, francamente, me aburro y a él le queda realmente bien ese uniforme.

Pero en realidad, sólo estoy buscando algo para matar el tiempo. Estoy muy aburrida de todo. Voy a la escuela, saco buenas notas, lo suficientemente buenas como para que me acepten en unas cuantas escuelas de la Ivy League a las que mi madre me obligó aplicar y en todas las escuelas estatales en las que yo quería aplicar. Por suerte, la convencí para que me dejara ir a una universidad local en otoño, porque no me apetece irme fuera como muchos de mis amigos.

Lo admito, este semestre he holgazaneado después de entrar en la universidad y, de todas formas, la mayoría de mis profesores saben que no hay que joder a la hijastra del director. Voy a las prácticas de las animadoras y al ocasional club de francés cuando no me zanjo para ir a drogarme al sótano de mis amigos.

Estoy entusiasmada con la universidad y el futuro tan brillante que me espera, pero no estoy disfrutando del presente en absoluto.

Amor InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora