01|La llegada al castillo real.

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«Duerme ya pequeña princesa»

«Duerme ya»

Se recrea en mi mente la dulce voz de mi madre cuando solía darme las buenas noches durante mi estancia en el castillo real. Tiempos en los que aún era muy pequeña por lo que en algunas ocasiones se quedaba a descansar conmigo. Otras veces, lo hacía mi padre.

La noche más fresca sin duda alguna brinda la triste despedida que todos han querido posponer, pero ha llegado el momento de realizarla. No quieren estar tristes, lo sé, yo tampoco quiero estarlo. Pero en la vida de un noble nada es para siempre, se debe aprender a soltar ciertas cosas para encontrar otras y es lo que me han estado enseñando en la Academia junto a los otros príncipes y princesas de los demás reinos. Estos cuatro años de aprendizaje han llegado a su fin, y en honor a ellos, es hora de volver al Castillo y poner en práctica lo que aprendí.

Dormir sin duda alguna calmará un poco los nervios nacientes dentro de mí, pero considerando que es mi última noche en este tranquilo lugar he decidido quedarme solo un poco más de tiempo despierta, mientras observo la suave brisa que mueve a los árboles a través del ventanal que suelo dejar abierto.

—¡Princesa, Esmeralda! ¡Princesa Esmeralda! — susurra una suave voz del otro lado de la puerta al tiempo que da leves toques en esta como si temiera que alguien más lo escuchara.

Me dirijo a paso lento hacia la puerta y la abro con cautela para encontrarme con esos bellos ojos dorados que me hicieron la estancia mucho más agradable de lo que ya es.

Es Otoniel, el príncipe del otoño. Su pelo rojizo en delicados rulos se mueve obligado por la leve brisa, su nariz un poco perfilada suelta profundos suspiros que me hacen darme cuenta de lo agitada que es su respiración en estos momentos y su dulce sonrisa en esos finos labios tornados de un leve rosado me reconforta.

Al llegar a la Academia, apenas pude socializar con algunos de los otros alumnos debido a mi timidez en aquellos tiempos. Otoniel desde los primeros momentos se me acercó y desde entonces nos hemos acompañado mutuamente y unidos, hemos creado nuevas amistades.

Hago que pase de inmediato, porque se les tiene prohibido a los príncipes acercarse a los dormitorios del sexo opuesto, y no quiero que los guardias le vean y le sancionen con quejas a los reyes otoñales, sería algo muy grave. Apenas pienso en cómo llegó hasta aquí sin ser interceptado.

Me devuelvo hasta donde se encuentra Otoniel parado y le brindo una cálida sonrisa para acercarme a él y ser envuelta por sus brazos en un dulce abrazo.

—Le he traído algo, para que no se olvide mí—dice Otoniel al tiempo que me extiende una mediana caja color carmín que tomo en mis manos acto seguido.

Le reprocho con la mirada por su expresión.

—¿Cómo cree que podría olvidarlo?

«Oh, pero que ternura» pienso y dirijo mi mirada hasta Otoniel, que de seguro se preguntará si me ha gustado el obsequio. Suele ser muy inseguro.

—Es una ternura,Otoniel—le digo con la más amplia de las sonrisas formada en mis labios mientras acaricio el suave lomo del pequeño conejo que ahora cargo en brazos. Según mis estudios, en su reino es una tradición regalar conejos a los príncipes meses antes de su coronación, en señal de pureza, por el color blanco de estos.

—En unos meses, será tu coronación, princesa Esmeralda, y quería ser el primero en obsequiarte.—me dice proseguido de una reverencia donde inclina sus rodillas y agacha su cabeza frente a mí. Ladeo mis labios en una sonrisa por el gesto, y se lo devuelvo, ya que él también pertenece a la realeza aunque su coronación no sea tan pronto como la mía.

La reina de la naturaleza verde |TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora