𝟏-𝟓

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—Oye, tranquila—, calmó con voz suave. Acarició su cabeza con suavidad, su toque era delicado, un completo contraste con su personalidad en general—. Respira y dime. 

La noche anterior, Jane corrió al dormitorio y se encerró en el cuarto de baño. Aunque la pecosa estuvo golpeando la puerta casi dos horas, al final el cansancio ganó, y terminó por darse cuenta de que su mejor amiga no saldría. 

Fiorella se acostó a dormir, y al cabo de una hora -y un poco más- Jane por fin salió del baño. Con sus ojos hinchados, nariz roja y lágrimas secas en sus mejillas. 

Había tenido un ataque de pánico ante los diferentes escenarios que había imaginado con respecto a la estupidez que había hecho horas atrás -, romper su falda. Aquel tonto acto de rebeldía desató un espiral de pensamientos sin fin en la cabeza de Jane sobre cómo reaccionaría su madre al ver lo que había hecho con su ropa. 

Ya era domingo, y como no tenían nada qué hacer, despertaron después del medio día. Jane exhausta debido al llanto, Fiorella cansada luego de aquel encuentro fuera del campus.

—Es que... la rompí. N-No sé por qué lo hice, Fio, te lo juro—, tartamudeó, sintiendo sus ojos cristalizarse nuevamente. 

Por favor, no llores más. Rogó la pecosa para sus adentros, como si su mejor amiga pudiese leerle la mente.

—De acuerdo, de acuerdo. Calma. Déjame echarle un vistazo—, pidió manteniendo su voz serena, no queriendo alterar más a su ansiosa amiga. Jane se agachó y de debajo de su cama extrajo el vestido el cual había escondido como si fuese un delito terrible; le entregó la prenda a la mayor y tomó asiento de regreso sobre el colchón.

Fiorella examinó el vestido. 

Bueno, pues sí está arruinado. Sentenció, sabiendo que no habría forma de repararlo, y si -por obra divina, tenía salvación, sería evidente. 

—No está tan mal...

—Lo sabía. Mamá va a matarme—, dramatizó la pequeña, dejándose caer de espaldas en su cama—. Eres pésima mintiendo, lo sabes.

—Para tu información, soy una excelente mentirosa. Es solo que me conoces tan bien que puedes deducirlo—, alegó en respuesta, desbordando cierta burla hacia sí misma -sonrió orgullosa al hallar que había logrado su cometido: hacer sonreír a Jane—. Oye, no te preocupes. Habrá forma de solucionarlo. 

—¡¿Cómo?! La única solución sería conseguir uno idéntico. ¡Y no tengo ni idea de dónde lo compró mamá!

Fiorella sonrió arrogante. 

—Recuerda con quién estás hablando, pequeña—, puntuó con tono casual. Se puso en pie, lanzando el vestido a su propia cama—. Iré a ducharme. Escríbele a Evan, dile que debe estar listo en una hora. 

—¿Qué, para qué?—, alzó su cuerpo un poco, apoyándose en sus codos. No entendía de qué hablaba Bernoulli, ¿Qué pasaría entonces con su vestido?

—Vamos a almorzar—, respondió con sencillez la pecosa, caminando hacia el baño. 

Por supuesto, porque lo más normal era almorzar a las cinco de la tarde. 

La voz de Jane la hizo detenerse justo frente a la puerta: —Aguarda, pero, ¿Y el vestido?

Mostró una sonrisa ladina y entró al baño, sin decir nada al respecto. 

( . . . )

Evan no estuvo listo a la hora indicada pues estaba profundamente dormido, así que al final terminaron saliendo del campus a las seis cuarenta y cinco, y comiendo a las siete con quince minutos. Fiorella invitó el almuerzo nocturno, por supuesto.

Fiorella || Evie Grimhilde [Descendientes]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora