Capítulo 17

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A la mujer le dolía más la mandíbula. Cuando Harper trató de moverse, sintió un dolor insoportable. Intentó apretar los dientes para ver si estaba rota o dislocada.

Dio gracias a Dios que su hija no estaba peor que ella y que no tenía nada roto, solo una mejilla hinchada.

Cuando finalmente llegaron a la tienda de comestibles, la castaña estaba considerando cambiar un poco de acetaminofén para ella y su hija por el anillo de compromiso que Mark le había dado durante su primer mes de noviazgo. Sin embargo, no pudieron ingresar al espacio bien iluminado con todos los clientes ruidosos y en constante movimiento.

Lo último que quería era llamar la atención sobre sí misma y su hija porque sabía muy bien cómo debían aparecer y cómo se percibiría la presencia de ambas.

A un lado de la tienda de comestibles, Harper descubrió un teléfono público y lo usó para hacer una llamada por cobrar mientras se concentraba intensamente en cada botón. Había memorizado el número de teléfono de Wendy.

"—Por favor responde"—pensó mientras se preguntaba qué iba a hacer en el caso de que no respondiera.

¿Qué haría con su niña si no tienen un lugar para dormir esa noche?

"—Por favor responde. Por favor…"

Y entonces oyó la voz de Wendy, y la operadora le preguntó si aceptaba la llamada.

—¿Wendy?—Harper sostuvo el auricular con una mano, aferrándose a él como si fuera un salvavidas, mientras que con la otra seguía sujetando a su hija en medio de sus piernas.

Anclas. Necesitaba anclas para poder sobrevivir.

—Sí, soy yo. ¿Qué pasa?

La tarea de responder, de explicar, se le hacía tan abrumadora que por un instante no pudo hablar.

—Necesito que vengas a recogernos—la castaña consiguió murmurar finalmente al sentir el temblor creciente de su abejita.

— ¿Qué ha pasado, cariño? ¿Cómo está Hannah? ¿Se encuentran bien? —La voz de Wendy sonó muy pausada y suave, como si le estuviera hablando a una criatura.

Es una adulta, pero se sentía como una bebé llorona.

—No. No lo estamos.

Hubo un corto silencio cargado de electricidad, y luego Wendy volvió a hablar.

—¿Dónde están, Harper? —preguntó, ahora en tono apremiante. Por un segundo fue incapaz de responder. El alivio de oír su nombre pronunciado por aquella voz tan familiar, se abrió paso a través del entumecimiento que sentía en su sistema. Tragó saliva y sintió cómo las lágrimas corrían por su cara, abrasándole la piel erosionada, un segundo después se lo limpió con el hombro, intentando parecer fuerte para Hannah. No podía permitirse derrumbarse frente a su hija.

—Estoy a un lado de un supermercado y enfrente de una ferretería—consiguió farfullar finalmente.

—¿En dónde? ¿En el mismo país en donde te mudaste con tu novio?

Una arcada amenazó con salir de su garganta al escuchar algo sobre Mark.

—Sí.

—Harper, ¿estás con Hannah?

—Ajá.

—¿Hay alguien más ustedes?

—No.

"—Solo monosílabos, Harper. Solo tienes que contestar con monosílabos."

—¿Puedes coger un taxi hasta el aeropuerto?

—No—Sorbió aire por la nariz y volvió a tragar saliva—. No tengo mi bolso.

—¿Dónde estás exactamente?—repitió Wendy pacientemente.

Como en estado robótico, le dijo el nombre del supermercado, el de la calle y el de la ferretería mientras abrazaba con más fuerza a su hija.

—Está bien. Quiero que esperes cerca de la entrada de esa ferretería... ¿Hay algún sitio donde puedan sentarse?

—Hay una banqueta grande.

—Buena chica. Harper, dirígete hacia allí y cuida mucho a Hannah. Siéntense en esa banqueta y no se muevan de ahí. Te enviaré a alguien lo más pronto posible. No vayas a ninguna parte, ¿entiendes? Quédate sentada ahí y espera.

—Wendy—susurró—Necesito que no llames a Mark, ¿vale?

Harper escuchó que su prima tragaba aire con un jadeo entrecortado, pero cuando volvió a hablar, su voz sonó normal.

—No te preocupes, cariño. No volverá a acercársete. Ni a ti, ni a Hannah. A ninguna de las dos.

Mientras ambas se sentaban en la banqueta y colocó un brazo dolorido alrededor de su abejita, en signo protector mientras se disponía a esperar, supo que estaba atrayendo miradas de curiosidad.

Su hija y ella tenían la cara amoratada. Harper con un ojo tan hinchado que casi se le había cerrado, y la mandíbula enorme. Un niño que pasaba por enfrente le preguntó a su madre qué le pasaba a las dos, y la madre lo hizo callar y le dijo que no mirara.

Comenzó a tararear con un volumen del nivel de un susurro mientras abrazaba por completo a su niña, y aguantó más lágrimas que la atacaban cuando la sintió cada vez más lánguida hasta el punto de que su respiración se volvió regular y cayó en la inconsciencia.

Harper agradeció que nadie viniera hacia ellas, que el instinto natural de la gente fuera mantenerse lo más alejada posible de la clase de problema que era obvio tenía ella.

La castaña no sabe cuánto tiempo pasó, entre estar alerta por cualquier cosa, fijarse que las personas no se involucren y acunar a su dormida abejita pudieron ser unos cuantos minutos o una hora o un maldito siglo. Pero finalmente un hombre, una persona caucásica bastante joven que vestía pantalones de pinzas y una camisa con el cuello desabrochado, vino hacia la banqueta.

Harper por instinto se tensó, alerta a todo v lista para huir como sea con su hija aún en brazos, lastimada o no, lo haría, si el hombre que se acercaba resultaba ser un peligro.

El hombre caucásico se puso en cuclillas frente a ella, y Harper se encontró contemplando con expresión aturdida un par de ojos grises que la miraban con preocupación. El joven sonrió como para tranquilizarla.

—¿Señorita Meyers? —Su voz era dulce como el sirope de fresa—. Me llamo José Ortega, y soy amigo de su prima Wendy. Me llamó y me dijo que necesitaba que la llevaran—Desvió un segundo la mirada para observar a la niña durmiente en sus brazos y luego volvió a mirarla, añadió con voz calmante—. Pero ahora que la estoy viendo y a su hija, me pregunto si no sería conveniente que primero fuéramos a un servicio de urgencias.

Harper abrió los ojos, negó con la cabeza, al borde del pánico.

—No, no. No quiero ir a ningún servicio de urgencias. No me lleve ahí…—apretó a su hija contra su pecho—. No me separarán de mi abejita, ella y yo no…no podemos…

—De acuerdo, de acuerdo—el hombre caucásico la tranquilizó—. Le prometo que no iremos a ningún servicio de urgencias. Y ahora deje que la ayude a ir hasta mi coche, necesitamos poner a su hija bajo un techo y un lugar caliente.

—Prométeme que no vamos a ir a ningún servicio de urgencias—anunció sin moverse de la banqueta y aún protegiendo a su hija.

—Se lo prometo. Se lo juro, ¿de acuerdo?

Pero, Harper siguió sin mover ni un solo músculo.








Cómo están? Espero que bien ❤️‍🩹🤩

Estoy muy orgullosa de ustedes y los quiero mucho mucho 🫂✨

Su escritora favorita ✨

RZ ♥️🥰

Esposa por alquiler//BUENOVELA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora