Capítulo 4

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Paul Zimmerman, mí ángel de la guarda

Tres años después…

El plan de estudio es excelente, los compañeros, profesores y demás a la altura. Soy yo el del problema. Imaginé que estar lejos de casa era suficiente, no necesitaba de más terapia que alejarme de quienes me dañaron.

Estaba equivocado, me cuesta admitirlo, pero soy adicto. Poseo todas las descripciones de uno y voy directo al foso. Hasta el momento he logrado ocultarlo, uno que otro compañero o profesor lo sospecha, pero no ha interferido en mis estudios y eso los ha mantenido calmados.

Todo puede cambiar en cualquier momento. No tengo el control de mi cuerpo, ni la fuerza de voluntad para parar. Las dosis han ido aumentando, la necesidad de alejarme de la realidad es cada vez más grande. Cada año cursado me acerca a la decisión y eso hace que mi mente ingrese en un callejón oscuro de donde no es posible salir.

Ginecología y obstetricia, me formaría en reproducción asistida y embriología. Me resulta incoherente seguir los pasos del hombre que por tanto tiempo me dañó. El que no tuvo motivos para hacerlo.

De no aceptar sus pretensiones tendría que regresar a casa y no estoy preparado para hacerlo. Es posible que nunca lo estaré. Cada año que paso me lleno de duda sobre seguir sus pasos. Es como premiarlo por algo que nunca fue.

Jamás fue un padre, ni bueno, ni amable. No recibí un abrazo, gesto de cariño o consejos. Siempre fueron golpes, daños y acusaciones.

Recojo mi maletín con el examen en mis manos y avanzo hacia el final del aula. Detengo los pasos frente al escritorio del hombre y estiro el documento. La hoja de papel tiembla en mis manos, estas a su vez sudan.

La ansiedad aumenta cada segundo que pasa en que el hombre no recibe lo que le entrego. Se tarda más de lo normal en recibirlo, pero no retira la hoja quedando nuestras manos suspendidas en el aire. Cada uno con un extremo del examen.

Las náuseas empiezan a llegar y con ella, el hormigueo en mi piel.

—¿Todo bien?

Pregunta tras alejar su mano y suelto el aire aliviado, unos segundos más y acabaría por vomitarle encima. Cinco minutos en el baño del primer piso, serán suficientes para que todos estos síntomas acaben.

—Al parecer, sí.

—Ya veo.

Deja sobre la mesa el exámen lo último que veo es que ajusta los lentes y abrir lo que acabo de entregarle. Aumento los pasos en el pasillo rumbo al ascensor, tres pisos me separan de la dosis que necesito.

Ingreso al ascensor cuando las puertas están a punto de cerrarse. Un hombre mayor está apoyado sobre las paredes metálicas, al fondo y leyendo el cuarto volumen de Los miserables de Víctor Hugo en una versión alemana.

—Buenas tardes —saluda al verme ingresar.

—Buen libro —le digo en respuesta y sonríe cerrándolo.

—¿No te gusta? —aprieto los labios y muevo la cabeza dudando.

—Depende, la obra muestra, el orden social, perpetua la pobreza y obliga a los mismos a delinquir, todo esto mientras el sistema se ensaña contra quien viola la ley… —presiono el primer piso y hago una pausa—… Sin advertir cuán responsable es. El autor menciona allí que la ley de los hombres, más que buscar el bien común, busca el castigo.

—Parece que fuera escrito en el siglo XXI. —finaliza viendo el libro —buena descripción.

—Damián Klein —me presento.

MonstruoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora