La venganza perfecta
Con todo listo para viajar gracias a Christine y Vincent, me restaba solo esperar la hora. Durante esa espera, no quise pisar el hogar de los Klein. Me negaba a seguir fingiendo ser lo que no era, que había olvidado o convivir con el causante de mi desgracia.
En la clínica no había opciones, ni excusas para no asistir. Sin embargo, intentaba que mis obligaciones no excedan el límite de las seis horas. Evitando en la medida de lo posible coincidir con el anciano.
A Silke podía soportarla, a él no.
Para justificar mi ausencia, le comenté a Rupert me iría de vacaciones, sin dar detalles, y él asumió que no lo haría solo, sino con Christine. No lo saqué del error, me convenía que se pensara así sería.
Una mentira que acabó siendo de utilidad, el anciano estaba emocionado con la idea de que el noviazgo entre Christine y yo, se formalizara. Aquello era la solución a todos sus problemas.
Lo dejé pensar que así sería.
Ya tendría tiempo de ajustar cuentas, era cuestión de esperar el momento perfecto. Buscando el éxito, he tenido que guardar silencio. Faltaba poco para liberarme de ambos, no lo echaría a perder por una rabieta. Ese pensamiento me permitió soportar estos días.
Mi vuelo sería esta noche y no pretendía ir a la clínica o despedirme. Regresaría en una semana, no existía razón para hacerlo. Rupert, tiró por tierra mis planes al requerir mi presencia.
Detengo el auto en el estacionamiento y salgo del interior contemplando la lujosa edificación. Saco de mi bolsillo el anillo de compromiso que compré a Christine. A mi regreso le pediré matrimonio, lo regreso a mí bolsillo y regreso la mirada al logo de la clínica.
La próxima vez que esté aquí, será como hijo de Konrad y Amelia Klein. El alivio que me produce ese pensamiento me da la fuerza que necesito para retomar la marcha. A pasos decididos avanzo a los ascensores rumbo al laboratorio. No recuerdo haber dejado un pendiente y no veo el motivo por el cual Rupert me necesite. Aún así, lo mejor es despejar dudas.
El ascensor abre sus puertas antes de llamarlo y quién sale del interior es Angélica. Mejillas mojadas, hombros caídos y sosteniendo con fuerza un sobre gris.
—Buenos días, Damián —saluda limpiando una lágrima de su mejilla con delicadeza —¿No deberías estar de luna de miel?
Guardo silencio examinando sus intentos por lucir indiferente, fracasando en cada gesto. No es lo que se dice mi mejor amiga, ser hija del socio de Damián, la hizo coincidir conmigo en un par de reuniones de niños y luego de adolescente. Así fue, hasta que fui enviado lejos del seno familiar. En todos esos encuentros, la recuerdo como alguien alegre que rara vez perdía el control. De mujer, aquel comportamiento aumentó. Siendo este uno de sus más grandes atributos.
—Silke me dijo que debía perder toda esperanza contigo —continúa —Nunca tuve oportunidad, ¿verdad?
—No esperes que te crea, que estás así por mi noviazgo —le aclaro e infla mejillas. —no eres el tipo de mujer de llorar, por un hombre. A no ser que sea tu padre.
Mueve su cabeza en silencio mientras limpia sus mejillas con un pañuelo que saca de su bolsa. No exagero al decir que no es una mujer de lágrimas fáciles. Si ha de llorar, sería por su familia. Nada más.
—Mi padre aconsejó, lo mejor es que mi hermano y yo vivamos una temporada en Berlín —confiesa apretando con fuerza el pañuelo. —nuestro vuelo sale en unas horas. Vine a despedirme de él.
—¿Por qué?
Sonríe mostrando un hoyuelo en su mejilla, acusándome de vivir en las nubes. Continúa en medio de bromas falsas que imagina mi novia rusa tiene que ver.
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Monstruo
RandomEl miedo de todos los niños, es a la oscuridad, el monstruo que habita debajo de la cama o del closet. En la vida de Damián Klein había dos monstruos: uno real al que llamaba papá, otro en su interior y amenazaba con destruirlo. La oscuridad era su...