XI

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11. Daniela.

Bastian

Miles de pensamientos poseen mi cabeza. Estoy a un paso de perder la razón, aquella necesidad de correr detrás de ella me enloquecen pero en su lugar me contengo.

Cuento hasta diez o incluso hasta más, no lo sé. Me imagino un escenario completamente diferente, la persigo, la tomo del brazo y le pido disculpas por rechazarla, afirmó una y otra vez que fui un tonto y que es absurdo no querer besarla. Por supuesto que cuando lo hago, no hay lazos, la imagino que proviene de otra familia al igual que yo.

Una discusión como la de cualquier otra pareja, que a la final tenía solución. Abrazo esa fantasía hasta que la realidad me pellizca con amargura. Se ha ido.

Y es mi hermana.

Y no la persigo.

Y no me disculpo.

Y me resigno.

Todo es diferente pero aún así guardo aquella fantasía en algún lado de mi mente, lo guardo porque se que necesitaré ese consuelo en algún momento. Aquel conformismo que me consumía con el tiempo y que me seguiría consumiendo descaradamente con el pasar de los años.

Abandonó el cuarto aún con las tijeras en mis manos y cierro la puerta detrás de mí repitiéndome que debía guardarlas para regresarselas a Jade posiblemente mañana. La casa se siente tremendamente sola aunque se que Bianca está en la planta alta.

No sabía si estaba siendo egoísta pero no quería verla, y sabía que ella también tenía una espinita por la previa discusión.

Sin mucho que hacer estando solo, decido caminar por la casa. No había tenido tiempo para recorrer esta maravilla, era tan espaciosa que me preguntaba cómo mi tía podía vivir en una casa tan grande ella sola sin vivir abrumada.

Un cuadro me detiene por unos segundos, una mujer castaña y de ojos azules me ve a través del cuadro. Me encojo en mi lugar cuando recuerdos no deseados me bombardean.

– Hijo ven, quiero presentarte a unas personas – Papá palmea mi hombro arrastrando un poco las palabras.

Su "amable" comportamiento en vez de agradarme, me pone alerta, por lo que camino minuciosamente detrás de él hasta llegar a la sala. Dos mujeres me sorprenden sentadas en el sofá, son completas desconocidas para mi y no tenía ni idea de porque estaban aquí, o porque vestían así.

– Ella es conejito, y ella es caramelo – La chica con ojos azules me extiende la mano con una mirada que no logro descifrar. Aún así la tomó y la suelto casi al instante.

– ¿Son apodos? – Me escuchó hablar.

– ¡Que tierno! Por supuesto que son apodos cariño – la misma chica revuelve mi cabello como si yo fuese un cachorro, por lo que doy un paso atrás.

– Mucho gusto – Carraspeo antes de continuar – Papá, debo volver, ayudaba a Jade con algo.

– No digas estupideces, esa bastarda estará bien – Mientras habla mi papá saca un cigarro de su bolsillo y me lo extiende, niego – Tómalo, pasaremos un tiempo de calidad, ya estás grande.

– No fumo – Espeto entre dientes, el ríe con sorna.

– Claro que fumas, ahora yo te doy permiso. Vamos hazlo – Lo enciende por mi y yo lo tomo con duda, odiaba su olor y no sabía que debía hacer con esto.

– Puedes quedártelo, no me interesa – Se lo extiendo a la rubia mientras la castaña observa cada uno de mis movimientos.

– Como sea, me agradecerás lo que estoy haciendo por ti, te traje a conejito. Es tu regalo – Enarco una de mis cejas creyendo que el alcohol y el tabaco en su sistema habían terminado de enloquecerlo – Por tu cumpleaños.

InmoralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora