Parte 3

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—Lucerys quiere verle– Eso informó Criston.

Alicent se abrazó a sí misma, acercándose preocupada a su hijo.

—¡No vayas, debe saber algo! Si es necesario, irás a Antigua o donde sea estés seguro.

Aemond negó sereno, tomando los brazos de su madre en forma confortante, seguro si algo sabía el bastardo, no lo podía decir abiertamente. El rey ya había enviado un decreto pidiendo información sobre una sirena, sin duda ante el reino sería el hazmerreír si además lo señalaba como una. Nada iría mal, podía manejar la situación.

El capa blanca siguió al príncipe, siempre a sus espaldas por si surgía un problema o se filtraba cualquier sospecha. Aemond no creía necesitarlo, pero le agradó tener a su maestro cerca. Era la única persona en todo el mundo fuera de los Hightower que conocía el secreto, desde que vió la metamorfosis de Daeron en su niñez, pero no hizo preguntas ni intentó traicionarlos por ambición. Se volvió más unido que nunca y Aemond lo apreciaba mucho.

Continuaron caminando hasta el punto de encuentro, que era la misma mesa cerca de la biblioteca donde durante la niñez estudiaban con uno o dos maestres. Hasta que Aemond perdió su ojo. Lucerys había pasado los últimos años siendo fiel a las intenciones de su madre por mejorar la relación con la otra facción de su familia, e invitaba a su tío cada tanto a unirse con él tomando té e invitándolo a unirse en su tripulación mientras con un mapa señalaba cada lugar que visitaba por mar.

Aemond tenía curiosidad, era una oportunidad única para un omega. En el reino los omegas no podían aspirar más que ser las esposas de algún beta o alfa poderoso, Viserys tampoco lo apoyó cuando le pidió le permitiera volverse caballero, insistiendo debería casarse con Lucerys para dejar atrás la deuda del ojo. Aemond no iba a darle el gusto a su padre.

De todos modos, Daeron y Joffrey no pararon de escribirse nunca. Era un secreto a voces que seguramente terminarían casándose, así como Rhaena y Gwayne luego de años en un discreto cortejo por parte de la joven. Sin mencionar a Aegon que fué entregado a Jacaerys en primer lugar, a pesar que su sobrino insistía quería seguir comprometido con Baela.

Podía aún mantener la dignidad.

Una vez llegó junto a la mesa de siempre, Lucerys le saludó como de costumbre besando su mano y empujó la silla luego que su tío se hubo sentado. El olor de agua salada seguía en él, tan fuerte que Aemond pudo darse cuenta algo no estaba bien. No era que le importara, simplemente fué la confirmación de que su sobrino sospechaba algo de su otra forma.

—Sobrino, ¿Cómo se sintió casi tener un fin como si fueras un verdadero Velaryon?

Nadie más aparte de sir Criston estaba presente, entonces el castaño tensó los hombros haciendo una mueca.

—Aterrador– Contestó y señaló un punto del mapa– Aquí el mar es muy profundo, y la tormenta era muy fuerte. Tuve que ayudar a mi tripulación escapar primero, pero al intentar también irme me caí de Arrax.

Ahí estaba la primera trampa, como lo supuso Aemond. El lugar que indicaba su sobrino no era el correcto, y por muy falso Velaryon que fuera, sabía leer un mapa. Buscaba Aemond le corrigiera usando una de sus típicas burlas, porque normalmente no desperdiciaría oportunidad para mofarse con gracia de sus errores, y ahí Lucerys descubriría Aemond estuvo presente como la sirena que lo rescató.

Claro que Aemond no pensaba dejárselo fácil. Miró directo a los profundos ojos esmeraldas, sin cambiar la expresión.

—Esos brazos fuertes parecen ser poco eficientes si no pudiste sujetarte bien.

Lucerys se colocó en pie esbozando una sonrisa enigmática en su atractivo rostro, sirviéndose un trago de agua. Aemond reconocía tenía una cara agradable a la vista, con el comienzo de una barba creciendo en su barbilla que le hacía recordar a la apariencia ruda y atrativa de Harwin Strong. Ese sinvergüenza ni se molestaba en disimular quién era, pero todavía aceptaba que lo llamen un Velaryon.

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