Parte 5

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El Dragón Marino”. Así se llamaba el barco al que Aemond subiría como miembro de la tripulación. Fué un regalo de la serpiente marina para su heredero en su décimo sexto día del nombre, hace dos años.

También estaba incluido el barco naufragado en el paquete. Lástima terminó en el fondo del océano la noche en que salvó al no-Velaryon.

Tuvo curiosidad por ver cómo se veía en el fondo la lujosa y poderosa nave en su próxima metamorfosis, pero descartó la idea asegurándose no volvería al lugar que lo condenó. Ahora su sobrino quería casarse con quien le halla salvado e incluso pidió a rey se extendiera la noticia a todo el reino esperando tarde o temprano apareciera, lo vió en su otra forma, y no sabía si descartaría sus sospechas sobre él luego de haber visto no le salía cola con agua.

Bufó disimulando una breve risa burlona al imaginar el castaño probando si era diferente el resultado usando agua salada.

—¿Te burlas del poderoso Dragón Marino?– De pronto habló un alfa apareciendo al lado del platinado- Al menos el barco sí sabe lo que significa estar en mar abierto.

Aemond respondió sonriendo con desdén, girando su cuerpo que anteriormente estaba dirigido a la vista abierta para ver el barco (lo bastante grande, comparable al tamaño de un dragón adulto, de ahí su nombre) desde el castillo de Driftmark. El alfa era al menos dos cabezas más alto, y sus brazos el doble de fuerte que los del príncipe.

—¿Qué hace aquí, principito?– Se acercó al platinado, mirando lascivamente la cintura ajena– ¿Acaso le abriste las piernas al capitán? Es buena idea, así tendremos quien caliente nuestras ca-

Se detuvo abruptamente, pues sintió el filo de una navaja fría ser colocada en su cuello, su camisa fué apretada impidiéndole huir. No tuvo tiempo ni de ver cuando fué empuñada el arma, dejándolo estupefacto. Los omegas no se supone entrenaran.

—No calentaré la cama de nadie, y menos la de un imbécil– Aemond arrastró cada palabra, formando una expresión fría– Si vuelves a repetirlo cortaré tu cuello y le daré tu maldito cadáver a mi dragón.

—¡Le diré al capitán, ¿Sabes de qué casa vengo?!

—Los muertos no hablan– Contestó una tercera voz.

Reconocieron la voz, era la de Lucerys. El castaño permanecía inmutable apoyando su espalda en la pared, sonriendo con picardía mientras cruzaba los brazos, como si el omega estuviera bailando en un traje provocador de seda, en lugar de amenazando a un noble de muerte.

—¡Capitán, ¿No está viendo?!

—Y muy bien. Acabas de faltar a la dignidad de mi tío, un príncipe, con palabras y propuestas obscenas. ¿Quieres lo haga él o yo?– Explicó sereno, y de su rostro desapareció la sonrisa, apretando la empuñadura de su espada.

El platinado frunció el ceño, considerando hipócrita su sobrino siempre actuara como si le importara su dignidad, incluso frente a otros. Tenía que ser falso, igual a esa obligada calma entre las dos facciones de sus familias por medio de matrimonios arreglados. Y prefería así fuera, no estaba dispuesto aceptar de buena manera el castaño acudiera a su ayuda sin que le hiciera falta.

Dejó al despavorido alfa escapar, y guardó su navaja, dándole la espalda al castaño. ¿Qué hacía allí? ¿Cuánto tiempo llevaba?

—Qué divertido, tío– Escuchó a Lucerys reír, y las botas del no-Velaryon acercándose.

—¿Sus palabras?– Gruñó esta vez desenvainando su espada, en dirección al pecho del alfa.

—Que por tu belleza no puedan ver lo feroz que eres– Lucerys no se inmutó, entrelazando sus manos trás su espalda, balanceando su peso en una pierna sonriendo.

Perlas de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora