Parte 10

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Aemond no estaba preparado para el desborde de sentimientos que le provocaba su sobrino.

Imaginó sería otra conversación casual y distante como todas las compartidas desde aquella noche en Driftmark, con un par de cortejos que Aemond podría seguir ignorando.

No se esperó Lucerys quisiera hablar del daño que le hizo y del cual salió impune mientras él por poco era torturado, él prefería seguir en su estatus quo, pensar en el castaño únicamente como el niño consentido que lloraba si no le daba atención, olvidar esos momentos felices y dejar sólo el rencor lo consumiera para empujarlo e irse sin interesarse en lo que pudiera decir a continuación.

No debía pensar Lucerys lo quisiera sinceramente, de la forma que fuera. Considerar esa posibilidad alteraba su ser, recordar el dolor fantasmal de su cara normalmente alejaba esa imagen infantil de su sobrino empuñando la navaja mientras Aemond aún podía sentir la tierra en su cara salpicando antes del corte.

Perdonarlo sólo porque repetía una y otra vez el estúpido "lo siento", sería una burla. ¿Creía podía lastimarlo así y obtener tan fácilmente su perdón?

Creyó su sobrino tomaría distancia de él luego que frente a la tripulación se burlara de su ilegitimidad, pero el menor continuó como siempre. No es como si Aemond no tentara a su suerte antes, aún luego de la noche en Driftmark siempre que Lucerys lo buscaba tenía que burlarse de eso. Era una especie de “tregua”, él se acostumbraba a las risas de Lucerys, toleraba su presencia, contentaban al rey enfermo, y Aemond a cambio podría oír historias de afuera con todo y dibujos en los que su sobrino se había hecho experto, podría además incluso llamarlo “Strong” en sus momentos más tensos. Siempre sus intentos de generarle molestia al menor no funcionaban, en su lugar Lucerys usó “esa burbuja”, para hablar sobre cosas que no podía mencionarle a nadie. Que extrañaba a su verdadero padre, que no se sentía más digno que los sobrinos de la serpiente marina, o si pensaba ridículo teniendo un dragón debiera viajar en barco para las órdenes de su abuelo.

Pero aparte de unos guardias y sirvientes nadie estaba presenciando nada de esas osadía por las cuales una vez casi fué torturado. Esto era diferente. Iban a pasar meses en un barco lleno de otra docena de alfas, nobles subordinados al castaño. Ellos fueron testigos y reaccionaron ante la insinuación. Pero, como era costumbre, Lucerys lo aceptó como parte de un acuerdo no escrito, e incluso le sonrió. Aemond casi pensaba era una burla sus insultos le resbalaran luego de todo lo pasado. El desvergonzado no se preocuparía aunque Aemond se subiera a las vergas del barco gritando: “¡MI SOBRINO ES UN BASTARDO!”.

Su espalda chocó con la pared, los brazos ajenos sobre sus hombros lo empujaban contra la madera entonces el aroma a lluvia y maleza tallada lo inundó. El ingobernable cabello de su sobrino se meció rozando sus pestañas.

Frunció el ceño mirando a los ojos verdes, chispeantes cuán estrellas, el vaivén del barco casi le hizo perder el equilibrio por el repentino empuje y so le ayudó a no quedarse perdido en ellos. Usó la pared a la que estaba firmemente apoyado para no resbalar, aunque Lucerys colocó su palma trás la nuca de Aemond antes que se golpeara con la sólida superficie. Su corazón se aceleró, y por instinto llevó una de sus manos a una de sus cuchillas, en cólera sintiéndose rodeado e indefenso.

—¡¿Qué planeas, bastardo?!– Aemond levantó su mano armada y Lucerys atrapó su muñeca en el aire.

—¡No hice nada de esto para manipularte!– El castaño se agachó la suficiente para mirar al rostro del platinado, quien estiraba su cuello pálido con la respiración tornándose superficial, sintiendo el rizado cabello rozar su frente. De no ser por las facciones juveniles en lugar de los cachetes inflados, y la vulnerabilidad que mostraba su sobrino al frente, en lugar del viejo recuerdo amargo, Aemond habría usado sus pies.

Perlas de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora