Parte 8

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Aegon podía actuar con falta de raciocinio todo el tiempo, tomando una botella de vino mientras ignoraba cualquier detalle fuera de su interés. Sin embargo, Aemond sabía esa apariencia de tonto cabeza hueca que inspiraba, no era así. Podía no superarlo en un duelo limpio armados, pero bastaría unos minutos para que el mayor encontrara algo para hacerlo rabiar si se lo tomaba en serio. Si era alguien que no podía reconocer algo para desconcentrarlo con quién se enfrentaba, podría ser capaz de reconocer pronto una debilidad.

Era bueno para leer a las personas. Luego de ser arrancando de su virtud, gran parte de su adolescencia la pasó visitando burdeles viendo todo tipo de gente entrar y salir, pasaba largos ratos con Daemon aprendiendo de sus pensamientos. Aunque actuara como un estúpido ingenuo con su amado Jacaerys, y muchas veces su impulsividad le ganara, había visto demasiado en la vida.

Si no fuera tan sentimental, Aemond podría admirarlo.

—Aegon, respóndeme– Replicó Aemond, ante el silencio terco de su hermano– Dile a Jacaerys del bebé, no puedes tenerlo solo, van a hablar...

—Eso es lo único que les importa, ¿Verdad?– Masculló Aegon, y el menor rodó los ojos, entendiendo intentaba ablandarlo para hacer cediera. Nuevas brillantes lágrimas se deslizaron por su cara, endureciendo hasta volverse hermosas perlas plateadas– Un niño sin su padre, un gran escándalo...

No tenía dudas Aegon supiera cómo desenvolverse, pero no pensaba dejarlo solo con el bebé. Por mucho que le aborreciera el padre, ése niño sería su sobrino. Abrió la boca para decir algo, decidido mostrarse vulnerable para convencerlo decirle al castaño, cuando se pronto escucharon la puerta abrirse.

Alzaron bruscamente la mirada, y para su alivio comprobaron era la madre de ambos.

—¡¿Que significa esto?! ¡¿“Niño sin su padre”?!

—Madre...– Aegon entrelazó las manos, y sus hombros temblaron.

—Aemond, déjame hablar con tu hermano– Ordenó Alicent mirando seriamente al mencionado.

El menor asintió, colocándose en pie, y apretó las perlas que su hermano le regaló mientras salía esperando logre convencerlo ser racional. Una vez los dejó solos, suspiró profundamente mientras susurraba una disculpa. Sería una charla algo cruel pero necesaria.

Esperaba no se le ocurra a su hermano hacer locuras en su ausencia. Tensando los hombros, suspiró con la cabeza gacha durante el resto del camino de vuelta al barco, removiendo en su palma las sólidas perlas.

Se tensó en cuanto Rhaena y Baela pasaron juntas por su mismo camino, aunque él notó ellas se dieron cuenta de su presencia él sólo las ignoró, siguiendo por los pasillos de Driftmark con un aire distraído. Los encargados llenar el barco con barriles de suministros lo esquivaron varias veces.

Una vez sintió el sol calentando su cara, se detuvo unos segundos a levantar la mirada y ver a Vaghar en la playa, de pie esperando el momento para seguirlo en su viaje. Dejó de tensar los hombros, recordando estaría rodeado por quién sabe cuánto tiempo de alfas en medio del mar, uno de ellos sospechando de su otra forma, y si pasaba el tiempo de su metamorfosis sería difícil ocultar la verdad.

Daeron se le acercó por detrás, y sonriendo abrazó sus hombros, amigable.

—En una hora, zarparás. ¿Estás emocionado, hermano?

—Sí– Asintió Aemond, por fin podría ir lejos de la fortaleza roja todo el tiempo que quisiera, y no tendría que depender de su padre, se labraría su propio camino. Y hablando de elegir su propio canino...– Daeron, dile que sí a Joffrey.

Su hermano menor dió un sobresalto, sorprendido.

—Aemond, no... Él y yo no podemos...

—Nuestra media hermana tiene suficientes hijos, él puede escoger a quien quiera– Replicó Aemond, indiferente.

Perlas de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora