Flechas y destino

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―¡Feliz cumpleaños, Raquel! ―gritó su madre al verla bajando las escaleras. Después de ello, corrió hacia ahí para abrazarla y cargarla―. Cada vez pesas más.

―Sigo sin saber cómo recuerdas estas fechas ―respondió Raquel recibiendo el abrazo.

―Tú sabes que es importante llevar el conteo de los días en un calendario y tú cumpleaños es muy importante como para olvidarlo. Además, cuando cumplas quince te daré un regalo especial.

Raquel sonrió por la importancia que le daba su madre. Se sentaron a la mesa.

―Raquel, ¿te has preguntado a qué se debe tu nombre?

―No, ¿a qué?

―Tu nombre significa cordero. Ya sabrás que, generalmente, se utiliza al cordero para hacer referencia a sacrificios. Pero, en este caso, no representa eso. Es porque tu serás aquella que ignore su destino preestablecido para crear el suyo ―su mano acarició el cabello de su hija―. Te quiero mucho, Raquel.

―Y yo a ti, madre.

―Bueno, ahora piensa fuertemente en tu deseo de este año.

―Sí.

Y Raquel comenzaba a desear todo lo que se le ocurriera, ignorando los límites entre lo real y lo onírico, pues, nunca se podía decidir.

―Feliz cumpleaños... a mi ―se dijo Raquel arropándose en la cama de su madre. Era su cumpleaños número doce―. Ojalá estuvieras conmigo en estos momentos, madre.

Era excesivamente temprano. Tal como era costumbre ese día, sin embargo, un aire de vaciedad junto a un silencio lamentado nada habitual, hacían sentir un día alegre tan extraño. Los alfeizares y ventanas estaban totalmente cubiertos de polvo, a excepción de algunas zonas con forma de yemas de los dedos. El Sol parecía Luna por la falta de luminosidad en esos días.

Sus manos frotaban sus brazos, simultáneamente sus pies friccionaban con el colchón como si tuviera frío, aunque, en cambio, estaba sudando. Las mantas sobre su cabeza y cuerpo habían perdido el olor que Raquel buscaba con tanto empeño. Ya no estaba. Todo rastro de su madre por esa habitación había desaparecido.

―He contado los días para mantener esta tradición. Pero, no sé. No es lo mismo. Este hogar es muy grande para una sola persona.

El discurso era detenido constantemente al ver imágenes de dos fantasmas que vagaban por esa habitación. Una era una mujer con una encantadora sonrisa y la otra una niña con cola de caballo. Estaban jugando.

―A veces he abierto la ventana. Cuando la veo abierta pienso en ti.

En ese momento, la mujer estaba sentada en el suelo riéndose por las cosquillas de su hija.

―Todavía no olvido que me prometiste ver las estrellas juntas nuevamente. Así que, donde sea que estés, ¿te gustaría verlas conmigo esta noche?

La mitad de ese cuarto pareció volverse una zona de césped frente a la cabaña. La niña tomaba de la mano a su madre mientras veían los puntos blancos en el cielo. Parecía que hacía frío, ya que ambas llevan bufandas. Los ojos de la menor brillaban más que aquello en el cielo. Casi tanto como la gota de agua escurriendo por la mejilla de la única que existía en ese momento.

―Bueno, quizá yo sea la que te vea a ti ―Raquel trató de forzar una sonrisa que terminó en un leve chillido.

Ahora los fantasmas estaban hablando mientras se abrazaban.

―Creo que es el momento del deseo.

"Lo único que deseo este año es volver a verte o sentir un cálido abrazo tuyo o escuchar tu voz. Aunque sea un segundo más. Por favor".

Espora MoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora