Catástrofe

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Hacía mucho tiempo atrás del inicio de una catástrofe que convertiría al viejo mundo en uno nuevo. Un repentino día entre semana, sin nada diferente a los anteriores, las personas empezaron a morir sin una causa aparente; todo ocurría en el interior en cuestión de minutos o segundos. Los órganos se descomponían exponencialmente sin llamar la atención de los nervios, las arterias reventaban y desparramaban su vital contenido rojo. Algunas otras raras veces, aparecían ampollas y costras, quienes se expandían cual país imperialista siglos atrás, así hasta cubrirlo todo mientras carcomían los músculos, debilitando su propio territorio.

Un proceso tan veloz e indoloro que pasaba desapercibido hasta llevar al superfluo dolor de la corta agonía antes del precipicio llamado muerte. Por lo general, la debilidad de esos humanos no los ayudaba a resistir mucho tiempo, un segundo en la total vitalidad, al otro llenos de dolor inimaginable con ganas de morir y al siguiente, con su deseo del segundo anterior cumplido. Muy poca gente sobrevivía más de tres minutos, era casi un milagro. ¿Cuál era el récord de supervivencia tras la infección? Tres días, aunque quienes llegaban a tal marca histórica estaban más muertos que vivos, además de desear abandonar su cuerpo para siempre.

Todo era un caos, alrededor de todo el mundo existía incertidumbre acerca de esa nueva causa de muerte. La cantidad de accidentes involucrados con las muertes instantáneas era gigante durante la primera semana. Sin embargo, repentinamente la matanza paró.

Simplemente parecía haber desaparecido aquello que ocasionó todo. Gritos de júbilo esperanzaban a la humanidad por haber sobrevivido a la crisis más horrible de todo el siglo, o incluso de toda la historia, pero esa esperanza acabaría pronto.

Semanas después de la calma y armonía, regresó la horripilante parca a llevarse consigo cuantas almas pudiese. Lo anterior volvía a ocurrir de la misma manera. La gente entraba en pánico entre más se devaluaba la moneda. La emergencia mundial desató el mayor gasto monetario en investigación médica y científica de la historia, solo para acabar con esa pesadilla.

Más tarde, ese ciclo volvió a finalizar, luego reiniciaba otra vez. Todo era un ciclo de temporadas indefinidas. Si alguien vivía o moría no dependía de nada más que del llamado azar, empero, verdaderamente tal azar era equivalente a dejar a un gato en una sala llena de jarrones frágiles: todos serían destruidos al final del día, solo variaría el órden.

―¡Encontré la respuesta!―gritó entre lágrimas un científico rodeado de cadáveres― ¡Esporas! ¡Las esporas causaron esto!―el científico murió al poco tiempo.

Esporas, pequeñas células producidas por algunas plantas u hongos con fines reproductivos eran la débil causa de todo. Debido a eso, las muertes ocurrían por temporadas, pues cada cierto tiempo se liberaban en el aire números inmensos de ellos. Esa información fue descubierta demasiado tarde.

Ninguna de las investigaciones pudo ser fructífera por la falta de científicos y equipos. Para colmo, el tiempo lo volvió más complicado. Al año de la primera muerte por esas esporas casi todos habían perecido; las pocas personas con vida se esparcieron por el mundo de manera solitaria o en aldeas para tratar de sobrevivir por sí mismas. Simultáneamente a ello, los ecosistemas cambiaron, al parecer dichas esporas forzaron la aparición de nuevas especies de plantas y animales. Ese era el nuevo mundo caótico.

Un mundo caótico en el cual vivir no dependía de ti en principio, sino del azar. Un mundo del que varias personas comenzarían a mover los engranajes para sobresalir y ser el protagonista del teatro creado por ellos mismos. Entre ellos, destacaba una dulce chica con aspiraciones más ficticias que realistas, una chica la cual simplemente estaba en busca de una aventura.

Espora MoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora