Te extrañé

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Una mujer de la multitud que acababan de encontrar los miró, un segundo después hizo un gesto con la mano indicándoles que se acercaran. Su cabello oscuro brillaba extrañamente sobre su cara pálida. Arriba de su ojo derecho había una cicatriz. El conejo en la luna.

Decidieron confiar en esa mujer de belleza irrepresentable. Además de ella había otra de mayor edad y tres hombres. Entre ellos formaban un círculo con la fogata al medio. Todos estaban concentrados en saciar su hambre al punto de no percatarse de la presencia de unos invitados.

Quien los convidó señaló el suelo a su izquierda para pedirles a Raquel y Aaron que se sentaran ahí, ellos accedieron. Raquel la miró con detenimiento. Los ojos de esa joven eran del mismo color que los suyos. Antes, al verlos de lejos, pensó que eran azules, pero probablemente fue por la iluminación.

Parecía que la palidez, o quizá la cicatriz, la hacían estar lejos del resto, pues el espació donde se sentaron siempre estuvo vacío y a su derecha también había lugar para alguien más.

―¿Cómo se llaman?, ¿qué hacen por aquí? No los hemos visto ―dijo uno de los hombres al verlos.

―Eso es verdad ―reafirmó la mujer pálida, la cual giró la mirada a Raquel. Tenía una mirada entre feliz y triste. Tal vez se sentía incómoda por la presencia de los demás o, al contrario, se sentía sola.

―Él es Aaron y yo me llamó Raquel, nos dirigimos a la aldea que se encuentra cruzando el bosque.

―¿Hay una aldea cruzando el bosque?

―Sí.

―¿Y a qué van allá?

―Buscamos a alguien. Nos dirigimos a donde creemos que está.

―En ese caso pueden quedarse esta noche con nosotros, no tenemos problema.

―Muchas gracias.

Como Raquel no quería abusar de la amabilidad de esas personas, abrió su mochila para sacar frutos y poder comerlos.

―¿De dónde vienen ustedes? ―preguntó Aaron.

―De una aldea al oeste. Esta es una expedición de reconocimiento y de paso conseguir un poco de comida.

―¿Vienen de una aldea?

―Así es.

―¿Y cómo es su aldea?

Raquel aprovechó para saciar todas sus dudas que Aaron no pudo responder. Entre la tanda de preguntas, ella miraba a la persona desvaída. Algo le extrañaba y le perturbaba.

―¿Cuántas personas hay en su aldea?

―Contándonos somos treinta, al menos cuando partimos hace una semana.

La voz que pronunció eso se le hizo muy conocida a Raquel. ¿Dónde la había oído antes? Buscó de dónde provenía la voz. Esta era de un joven un poco alejado de la fogata. Tenía ojos de un azul cristalino con leves brillos blancos y cabello del color del algodón a pesar de estar lleno de lozanía. A lado suyo, había un arco y flechas de su propiedad. ¿Acaso era su salvador de la vez que se incendió la cabaña?, ¿acaso él los guió hasta el bosque? Tenía la misma voz.

Ahora ella estaba a unos pocos metros de él. A una fogata de distancia. Tanto que había pensado en encontrarlo y ya lo podía ver en persona. Lo único negativo era que aquél hombre no decía nada, parecía querer ignorar los hechos u ocultarlos a sus compañeros.

Raquel se levantó e ignorando el ardiente fuego se dirigió a lado del arquero para interrogarlo. Afortunadamente, los demás estaban sumidos en la comida como para percatarse del movimiento.

Espora MoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora