Éxodo

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―Oye, Marcos, ¿por qué te uniste a la Asociación? ―preguntó Gael. Era la época en que ambos eran fundadores activos de la Asociación de la Serpiente Morada, es decir, antes de la primera rebelión.

―Porque el mundo es un infierno.

―¿A qué te refieres?

―Allá fuera hay escarabajos gigantes. ¿Quieres que diga más? El mundo ahora es un infierno lleno de monstruos e incertidumbre: la incertidumbre de no saber si vivirás mañana o si tu familia y amigos lo harán. La muerte siempre existió, solo que ahora somos más conscientes de ellos. Es horrible imaginar qué pensaremos antes de morir o si hay algo después de la muerte. Quiero cambiar eso.

―¿Quieres que los demás dejen de preocuparse por su muerte?

―Realmente quisiera que yo me dejara de preocupar, pero creo que ya lo he pensado tanto que no tengo salvación. Así que, por lo menos, me gustaría ver a alguien libre del temor, alguien que sienta que vive en un paraíso, sin angustia. Quisiera no haber perdido la esencia humana, es decir, la de los infantes que no conocen el mundo cruel.

―Ya todos perdimos esa esencia, ¿crees que es posible recuperarla?

―Para mí, no. Yo estoy condenado, sufriré en mi muerte. No obstante, creo que muchas personas siguen unidas a su infancia por un pequeño hilo. Para ellos es posible. Yo quiero observar ese suceso.

―Tú no deberías estar condenado. Las personas altruistas merecen recordar buenos momentos antes de perecer.

***

Marcos miró a la muerte frente a sí, con la forma de un herrero llamado Arkil. El herrero le daba la espalda en ese momento. Cuando él volteara, seguramente la vida del héroe llegaría a su fin. No había nada que hacer. Sus extremidades ya habían sido atadas a su desenlace. Suspiró. Deseaba no esforzarse.

Raquel ayudó a Melissa a levantarse; ya se había recuperado del cabezazo, aunque el sangrado nasal permanecía. Marcos estaba absolutamente rendido, no tenía caso preocuparse por él. Recogieron sus armas y se dispusieron a marcharse. Dieron media vuelta.

―Raquel, espera ―llamó Marcos, sin levantarse del suelo.

―¿Por qué esperaría? Trataste de matarnos. Tenemos prisa ―respondió Raquel sin detenerse.

―Porque allá fuera es un infierno y porque yo... voy a morir.

Instintivamente esa poderosa palabra hizo que Raquel disminuyera el paso. El sonido del fuego ataviado perforó el aire, volviéndose más fuerte, al igual que los vocablos que emanaban de cualquier boca. Una extraña sensación.

―Arkil está aquí, lo que significa que yo soy el causante de la destrucción del Edén. Esto no cesará hasta que muera. Dijiste que querías salvar a cuantos pudieras, ¿no?

Sabiendo qué pasaba en todo el lugar sin la necesidad de sus sentidos, Raquel giró la cabeza para asentir.

―Entonces, por favor, salva a mi pueblo. Aunque no esté de acuerdo contigo, si no recurro a ti, mi pueblo lo pagará. Ellos perderán a su elegido y el Edén será destruido. Por favor, sácalos de aquí y protégelos del infierno. Resguárdalos en la esperanza y conviértete en una heroína.

Marcos utilizó la espada como bastón para levantarse. De alguna forma debía suplir la debilidad de sus piernas que ya estaban congeladas por la falsa nieve. Sus ojos resquebrajados y cubiertos de lágrimas, le hacían creer que frente a él estaban los niños de la aldea jugando entre ellos, persiguiéndose torpemente unos a otros. Se divertían sin sentir que había problemas. Los niños corrían y corrían, incluso se ocultaban entre las casas para evitar ser atrapados por los demás. Sonrió.

Espora MoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora