Intruso

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Raquel miraba fijamente su casa, principalmente la puerta aún abierta. En la ventana cercana a la sala se podía observar una sombra moviéndose de lado a lado cada cierto tiempo. Comenzó a avanzar sigilosamente con lanza en mano, preparada para usarla contra quien fuese necesario.

Lentamente, se dirigió a la puerta de cuclillas haciendo el menor ruido posible. Cuando ya estaba cerca se podía oír cómo el intruso movía algunas cosas de lugar. Llegó donde la puerta, respiró hondamente y entró.

En el interior había un joven mirando la parte baja del librero, su ropa era relativamente polvorienta, al igual que su maleta de viaje junto a él. Parecía que hace ya un tiempo había emprendido un viaje sin retorno.

―¿Quién eres? ―preguntó Raquel apuntando su lanza al desconocido.

―Oye, tranquila, no quiero hacer daño ―respondió el extraño levantándose tras sentir la punta de una lanza en su espalda.

―¿Y yo cómo me aseguro de eso? ¿Quién eres? Responde.

―Aaron, soy Aaron. ―El desconocido giró lentamente para ver a Raquel. Su cabello negro y lacio le cubría la frente.

―¿Qué haces en mi casa?

―¿Tu casa? Lo siento no lo sabía. Acabo de llegar, pensé que era un lugar abandonado. Solo quería un lugar donde pasar las frías noches, pero si es tu casa entonces yo... ―Aaron empezó a estirar la mano para recoger su mochila.

―¡Deja ahí! Las manos arriba, lejos de cualquier objeto.

―Vale, vale, ya. No toco nada entonces.

―¿Qué hay en tu mochila?

―Un poco de frutas, como moras o fresas. No tengo nada peligroso, puedes verlo por ti misma si prefieres. ―Empujó la maleta con su pie para acercarla a Raquel.

―¿No tienes armas?

―Ni un cuchillo.

Raquel examinó sin mucho lujo de detalle la mochila, pues no quería quitar de su vista a Aaron por cualquier cosa. Él tenía en sus ojos marrón oscuro una mirada tan serena, sin maldad alguna, por lo que a su parecer era inofensivo, además de incapaz de hacer daño. Quizá por eso tantas lágrimas habían brotado de esos ojos con muchos pesares.

―Puedes quedarte ―dictó Raquel mientras relajaba su brazo.

―¿En serio?, ¿lo dices en serio?

―Los ojos son el reflejo del alma, dicen. Los tuyos cargan principalmente con arrepentimiento. Dudo que seas capaz de hacer daño, entonces puedes quedarte.

―Gracias, muchas gracias. En verdad necesitaba un lugar para reposar.

―Sin embargo, hay algunas condiciones: comparte tu comida, no toques nada sin antes preguntar y, por último, ayudarás en la obtención de comida u otras tareas.

―Está bien, ayudaré en todo lo que me digas.

―Solo espero que conocerte no sea como esos ojos verdes de antaño ―dijo Raquel para sí misma.

Aaron entregó su mochila a Raquel. Ella la revisó de manera más exhaustiva cuando él seguía mirando, pero sin tocar nada. Finalmente confirmó la ausencia de armas de su nuevo conocido.

"Sin duda debe ser un superviviente vagabundo. ―Comenzó a deducir Raquel―. Me pregunto cuánto tiempo llevará solo".

Tal como pensó Raquel, Aaron llevaba tiempo yendo de un lado a otro en busca de una casa abandonada para habitarla. Aunque no todo el tiempo fue así. Hubo tiempos más alegres para él.

Espora MoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora