El cajón de los secretos

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En un lugar tranquilo lleno de neblina que evitaba ver todo lo que había, estaba Raquel. Su madre estaba con ella manteniendo un diálogo sobre varios cuentos y otros temas. Era el linde del bosque. De hecho, Raquel lucía cuatro años más joven.

―¿Algún otro día podremos ver las estrellas fuera de casa?

―No veo por qué no. Pronto prepararemos esa salida, ¿vale?

―¡Sí, muchas gracias, madre!

―Raquel, te quiero mucho. Lo sabes, ¿verdad?

―Lo sé, pero ¿a qué se debe que lo digas tan repentinamente?

―Solo quería decirlo. Si algún día me pasara algo, cuídate por favor; no tomes riesgos excesivos.

―Sé que me meto en problemas a veces, sin embargo no creo que tanto como para que lo recalques de esa manera.

―Simplemente prométemelo.

―Bueno, lo prometo

Su madre, quien iba caminando por delante, se detuvo en seco. Dejó caer su lanza y resopló. Una mancha roja apareció en el suelo.

―En ese caso, perdóname Raquel ―dio la vuelta para que Raquel la mirara. Sus ojos azules se toparon con los café claro de su hija. Un pequeño rastro de sangre comenzó a escurrir desde su boca.

Raquel despertó. Era la noche después de la incursión a la gruta neón. Su pulso estaba acelerado después del susto. Miró hacia la ventana tratando de tranquilizar su corazón aturdido por los recuerdos.

Había algo en esa memoria que no la dejaba pensar adecuadamente. ¿Sería la manera tan inopinada en que murió?, ¿el recuerdo de verla caer al piso?, ¿la promesa que rompió al explorar el bosque?, ¿todo a la vez? No podía saberse.

Pasaron varios minutos hasta que pudo recuperarse a sí misma, de cualquier manera, no quería volver a tratar de dormir a pesar de estar en plena noche. Encendió el interruptor del foco de su habitación alimentado por la energía del panel solar en la cabaña; era una suerte que existiese y guardase energía para momentos como ese.

El libro sobre la gruta estaba en la mesita de noche a lado suyo. Lo miró. "No tomes riesgos excesivos"; ¿se consideraría un riesgo excesivo ir a la gruta? De no ser por Aaron pudo morir. Ella lo sabía bien.

"¿Por qué no pude salvarme a mí misma? ¿Significa eso que no puedo reescribir mi destino? ―sonaba tan valiente cuando lo dijo y ahora temblaba por creer que no podría lograrlo―. No quiero morir aburrida entre cuatro paredes, aunque al menos podría leer libros, ¿no?".

―Tu última petición es muy conflictiva, madre ―dijo Raquel aún sin saber si sus dudas eran por ello o por miedo.

Raquel se levantó de la cama y se dirigió a la ventana. El cielo nocturno le traía calma. Recargó el brazo en el alféizar para ver las estrellas mientras sopesaba los pros y contras de nunca más vivir una aventura.

"Ahora que Aaron está conmigo puede que no sea tan aburrido estar en casa, pero ¿sería feliz? Sigo recordando la sensación de la primera vez que salí al bosque y nada se le compara. Tal vez si fueran aventuras menos peligrosas estaría bien. No lo sé. Lo mejor ahora será permanecer algunos días aquí en lo que decido, en caso de salir me prepararé mejor".

Su mirada regresó al libro. Saliera o no, seguía sintiendo curiosidad por la gruta. Decidió aprovechar su insomnio para leer un poco más, o por lo menos ese era el plan hasta que vió los nombres de los autores nuevamente. Entre ellos, uno llamó la atención de Raquel: Yahir Fold. ¿Dónde había leído antes ese apellido? No creía haberlo visto en otro libro, pero lo recordaba de algún lado: de algo que le mostró su madre.

Espora MoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora