Infierno

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El lugar cada vez se sentía más vacío. El paraíso había caído ante las fuerzas del pecado y del infierno. La cúpula protectora se degradaba cada segundo por la caída de las flores protectoras, sus escudos con forma de pétalos se adormecían por el calor. Los huecos dejaron entrar a las esporas, a la enfermedad que tanto temían. Se instalaron inevitablemente.

―¿Por qué lo mataste?

El cuerpo muerto del elegido estaba enfrente de Arkil. Se veía molesto con Daniel por haber asesinado al héroe. Sus cadenas resbalaron por sus brazos a señal de que la lucha terminó con la flecha que perforó un corazón. Los guardias que quedaban en la zona huyeron al ver el trágico evento.

―¿A qué te refieres? ¿Ese no era el punto de esta misión?

―¡¿Te dije que dispararas?!

Arkil hablaba sin apartar la mirada de la sangre que manchaba el cuerpo. Sus manos querían quitar la careta que tenía, así que cerró los puños.

―Me parece que no necesito permiso para disparar.

―Pudiste haberme dado a mí.

Daniel se acercó, sonreía de oreja a oreja por lo que, para él, era una gran broma. Golpeó de forma amistosa el brazo de Arkil con su codo.

―Vamos, Arkil. Soy el mejor arquero del mundo, era imposible que fallara. Lo que importa es que está muerto, ganamos.

―Apártate ―respondió―. Él nos podía haber sido de utilidad.

―¿Utilidad?

―Sí, tenía habilidad para la ingeniería. Ya no importa ―Arkil le dio la espalda al cuerpo, dispuesto a marcharse―. Vámonos de aquí.

―¿En serio? ¡¿Creías que este tipo nos ayudaría?! ―Daniel no contuvo sus carcajadas―. ¡Por favor, antes de hacer eso se suicidaría!

―Solo cállate. Serás el mejor arquero del mundo, pero Marcos no merecía arder en el infierno tanto como tú..

―Lamento decirte que eso no se puede, pues, después de todo, el cielo está reservado para los mejores.

―¿Será verdad? Si continúas así, puede que lo descubras pronto.

Un aura de blanca oscuridad se hacía presente, escurría por las cadenas de los brazos formando infinitos que titilaban entre el fuego. Hacía peso, duro de cargar, como gotas de lluvia. Absorbía la muerte de los demás, se volvía parte de esa oscuridad. Se adhería a la piel de Arkil, la perforaba, entraba a las venas y corría.

―Avisa que se acabó. Nos vamos ―dijo al hombre del escudo.

El suelo cenicero no lo dejaba en paz. Una respiración inestable. Una misión transformada en un sinsentido. La muerte de quien ocultó el paraíso para evitar que ocurriera su destrucción.

La masacre terminó. Se avisó por el comunicador que Marcos, el traidor, había muerto. El árbol que le daba sombra a la piedra de la profecía se había vuelto una tumba sin resguardar un cuerpo. Algunas ramas cayeron al fuego. La cera de las velas se estaba acabando con la caída del sol, que se preparaba para enfrentar al inframundo: la noche. Todos se reunieron en el linde de la aldea para marcharse de ahí. Comenzó a llover levemente, era un llanto de lástima.

Un acto injusto. Un día injusto. Ni la esperanza, ni la felicidad, ni la justicia habían ganado en ese día de onírica belleza destructora, una debacle de manzanas aladas y envenenadas. La verdadera catástrofe era la existencia humana, ni la enfermedad, ni los monstruos, ni el fuego. Arkil miró de nuevo el yermo que habían creado antes de marcharse. El movimiento doloroso de los engranajes hacía que las luces del teatro parpadearan; siguieron girando en sus rumbos separados a la espera de un nuevo encuentro. ¿La felicidad no tenía cabida en ese mundo?, ¿y la esperanza?, ¿y la justicia?, ¿las tres podrían coexistir? ¿Qué necesitaba en verdad el mundo?

Espora MoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora