Juventud

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El pasillo por el que Raquel y Aaron corrieron se fue extinguiendo, como una llovizna únicamente percibida cuando la piel la alcanza, hasta transformarse en la habitación de ventanas ausentes, donde se disputaron los serpenteantes partidos de tenis de mesa. Tuvieron que detenerse. Ya no había ninguna puerta que cruzar, ni un camino oculto, ni una trampa que los protegiera. Solo podían darse la vuelta y encarar a sus tres persecutores. Se mantuvieron en guardia, esperando el ataque, pero los tres hombres se detuvieron en la puerta a causa de la desconfianza que les causaba el ambiente del lugar. El foco en mal estado ocultaba los rostros en un trigal lumínico en pleno amanecer campestre que, con el paso de la brisa entre las espigas, parpadeaba para volverse oscuridad, ciudad en ruinas, una habitación de descanso. Un segundo más tarde el sitio del granero volvía. Luego reaparecían las paredes polvorientas, la plena noche a media tarde y las cinco manos diestras armadas.

Los múltiples cambios de luz simulaban el paso de los días mientras el gran reloj sin batería en la pared permanecía inmóvil. Era como si la habitación fuera una máquina del tiempo. Pasó una semana. Un mes. Se teletransportaban al futuro y nadie se movía por pensar en dicho momento abstracto. "¿Qué harán ellos si atacamos?", "¿cuál será su plan? ¿Por qué nos trajeron aquí?". Pensaban, intentando adelantarse, sin saber que siempre iban un paso detrás. El trigo crecía. Pensaban que podían predecir el funcionamiento de las transiciones duales entre lo citadino y lo agrícola. Pero la duración del sol era variable. A veces era invierno y otras era verano.

A lo lejos, el sonido de las aspas de un molino saludando a los gorriones, el sonido de la pólvora fusionándose con el aire. La madera del molino era comida por termitas. El viento se atenuaba y comenzaba a desgastarse, a volverse ruinas, a volverse como la ciudad. Golpes lejanos en algún lugar del pasillo. Las plumas de los gorriones comenzaban a perder brillo, sus bocas olvidaban el hambre y los sutiles párpados bajaban. Se escondían entre el trigo, ignorando al espantapájaros para ser huesos y nada más.

No podían esperar. Podían convertirse en gorriones que jamás fueron fotografiados y tampoco intentaron recoger el trigo por miedo a un hombre de paja. Ya estaban en medio del millar de granos y los cazaban, era tarde para arrepentirse. Lo mejor que podían hacer era luchar.

Con la caída de una nueva penumbra, Raquel y Aaron se movieron primero; balancearon su daga y hacha respectivamente. Los enemigos respondieron intentando aprovechar su ventaja numérica. Ante el amarillo, los filos se volvieron hoces que despedazaban las espigas. El endospermo, el germen y el salvado se esparcieron por el suelo. La mesa recibió cortes. Los pájaros corrieron atrapados entre cuatro paredes. La noche llegó al trigal y el amanecer al laboratorio.

Raquel cubría varios golpes y retrocedía. Evitaba ir a las esquinas para no quedar atrapada. Era más defensiva que ofensiva. Sus músculos se arrepentían en cada intento de arremetida a mitad del trayecto aéreo y preferían frenarse, aferrarse al reposo sempiterno. Se imaginaba como gorrión, libre, elevando las alas y envejeciendo con cada movimiento, sus plumas se tornaban camposanto doloroso, sangriento, con gusanos blanquecinos devorando su corazón que se detuvo entre resuellos lacrimógenos. Los efectos secundarios de su inmunidad estaban ahí observando que ella no tenía más opción que sudar, mirando cómo ella les permitía destruir su trigal.

Pero ¿y si el peligro de muerte era mínimo, prácticamente nulo? ¿Y si luchar no acortaba su vida de forma significativa? ¿Qué tal si era solo un simple espantapájaros? Uno que hacía lo opuesto a cualquier otro: incitaba a parvadas de cuervos a navegar entre las espigas y dirigirse a la laguna tan negra como ellos que contenía las constelaciones para ocultar la entrada de cualquier haz de luz estelar o lunar. Puede que incluso los cuervos solo desearan nadar, no comer. Después se irían sin causar molestias. O puede que en cualquier instante comenzaran a devorar el salvado. Esa incógnita maltrataba la mente de la joven que soñaba con ser heroína algún día.

Espora MoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora