Capítulo 8

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  ─Muchas gracias, Franklin. Y permítame adivino... A usted, George y Enzo se les ocurrió hacer esto, ¿verdad?

"Eh- Sí, jefe. Ahí nos disculpa, pero era necesario. El país lo necesita y nosotros también, así que no sé, pero la huelga sigue y usted seguirá aquí con ella".

─De verdad le agradezco. No me quiero ir, aunque esto es peligroso, usted lo sabe.

"Sí. Todos los sabemos. Pero no le haga caso que nosotros vamos a ver cómo le hacemos".

─Llame a los otros dos ahí donde está usted. Vamos a hablar.

El plan de los guardaespaldas funcionó. Más que plan, de hecho, se diría que fue una improvisación, dejando un radio conectado para que todos los agentes escucharan lo que dirían los directores, culminando en su expulsión deshonrosa del lugar, aunque Ferrera no pudo salir. Se había quedado dentro, abandonado por su compañero.

─¡Ferrera! ¿Está bien, mi General?— preguntó Manfredo nada más bajar al primer piso, viendo a su amigo sentado en una banca.

Con una mirada relativamente indignada, respondió: ─Sí, Mejía. Estoy bien, gracias. Ese bastardo de Moncada como que se olvidó de mi existencia, ¿o qué?

Manfredo se fue riendo poco a poco. Los dos acabaron echándose una carcajada.

─¡Es que iba surreado, mi General!

─¡Verdad que sí! —algunas pausas fueron hechas entre la tos—. Qué barbaridad ese "mayor" tan cobarde. Allá va ir a echarse hasta vinagre en la cara después de esta gaseada.

Tras una pausa en risas, Manfredo continuó: Estos muchachos no quieren que me vaya, mi General. Yo sé que usted los entiende— dijo seriamente.

—Claro que los entiendo, Mejía, y te entiendo a vos también — Ferrera se levantó, agradeciendo la ayuda a los enfermeros y enfermeras que llegaron en esos segundos—, pero, amigo mío, debés saber que estás en una institución seria, no en un colegio.

—Yo lo sé, mi General. Lo sé mejor que nadie, pero ¿qué es una institución seria que no respeta la ley sino una organización criminal? Yo pertenezco a la policía, no a un cartel.

Ferrera lo pensó. —Aun así, hiciste mal. Permitime voy a buscar otra fatiga que esto pica. Después seguimos platicando. Igual no tengo nada que hacer allá. Mejor le voy a mandar un mensaje al presidente informando que voy a tener una plática con vos.

El General se fue acompañado por dos oficiales para irse a buscar una fatiga de las que tenían guardadas. Mientras tanto, Manfredo se dirigió al patio, donde estaban los agentes y aquellos tres.

—Muchachos, muchachas, eso que hicieron no fue bueno, pero se los agradezco—. dijo mientras caminaba, ya cerca de todos.

—Jefe, lo que hicimos fue necesario.

—Me imagino, Jorge. ¿Usted es el autor intelectual de semejante crimen?—. preguntó sarcásticamente.

—No, jefe. Fue-

—Yo fui, señorón.

Y Raúl, como siempre, salió de entre todo el mundo para demostrar que su inquietud e ingenio solo para maldades sirven.

—Enzo... Prácticamente metiste a líos a todos estos agentes.

—Yo sé, pero los veo felices. ¿'Va que sí?

Todos silbaron.

—Ahorita, pero esto es grave. Todos ustedes saben que semejante acción los lleva a la baja, ¿o no?

La Garza NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora