Capítulo 13

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La crisis se hacía presente en la vida criminal cotidiana, donde el descontrol por parte de las autoridades trajo consigo una fuerte alza en la actividad del crimen organizado, junto con una ola de violencia doméstica que aterraba a las familias que permanecían encerradas en sus casas bajo el toque de queda.

Una mujer va corriendo bajo la lluvia en una de esas noches, por las calles vacías y lodosas de uno de los tantos barrios de la periferia de Tegucigalpa. Grita y llora en su desdicha, huyendo de un varón chaparro y fornido que la persigue con machete en mano. Está ebrio, balbuceando insultos e incoherencias.

—¡Hija de puta, malnacida perra infeliz! ¡Sos... sos una puta! ¿¡Me oís!?

La joven, ya golpeada, tropezó en un bache que la lluvia no deja notar. Se ha mojado mucho, y ahora, sin opción alguna, mira impotente a su agresor, con una mano levantada en forma de súplica.

—Maldita perra asquerosa... ¡Todo esto es culpa tuya!

¡Mamita!— grita un niño más arriba, cubierto por el techo de una galera.

—¡Andá para la casa, cipote! ¡Esto no te incumbe!

—Amor, por favor —ruega la muchacha—, por favor no haga esto, amor mío ¡Se lo ruego!

—Qué amor ni que puercas, puta.

El borracho levantó su puño y lanzó un golpe. Después alzó su brazo izquierdo, donde el filo del machete brilló con la luz de los relámpagos que iban de un extremo a otro.

—A-amor...

La mujer estaba aterrada, pero no por su marido, sino por algo que se erguía detrás de su silueta. Miraba por encima del hombro sobre el cual brillaba el filo de su muerte. Había algo más amenazante en ese instante.

»Amor, cuidado...

Sobre un techo parecía estar parado alguien, o algo. Era sombrío y una capa podía verse volar con el viento y la lluvia. Sus ojos brillaban como soles, grandes y radiantes. Por otros lados salieron unos cinco más, de callejones y tejados de la misma calle.

—¿Y vos quién putas sos, ah? ¿¡Quieren pelea!?

La figura bajó de un salto y se acercó despacio, sin hablar.

»¡Acercate pue!

Las demás hicieron lo mismo.

»Ay... Ya estuvo, ya estuvo... No le voy hacer nada ¡Lo juro! ¡Ya!

Era demasiado tarde para el borracho. En un abrir y cerrar de ojos, éste cayó al suelo, sangrando de su abdomen. Fue cuestión de un solo disparo para que lentamente agonizara hasta su último aliento. La dama fue dejada donde quedó, con su hijo, quien tras lo ocurrido corrió cuesta abajo para abrazar a su madre.

Así comenzaron a actuar los rebeldes de la policía en las colonias que necesitaban auxilio, pues Gavilanes no hacía más que proteger el Centro Cívico Gubernamental y Casa Presidencial. Ferrera, con aquella nueva estrategia basada en el horror y el silencio, controló lo que años de esfuerzos policiales no pudieron manejar.

—¡De verdad que la ley nos retrasó mucho!— exclamó con una carcajada cuando sus hombres regresaron por la mañana.

—Siempre lo he dicho, mi General —agregó Suarez, quitándose el capote mojado y su máscara antigás—. Es mejor matarlos que estar perdiendo el tiempo en detenerlos y esperar a que la fiscalía los libere por "falta de pruebas".

La Garza NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora