Si bien Mortem por algún motivo saluda como buenas tardes, eran ya casi las doce de la madrugada para cuando uno de los pequeños autobuses de las garzas partió hacia las calles. Los reos iban sentados con las manos atadas tras sus espaldas, y se les taparían los ojos con vendas. La Garza Negra, Chele y George iban atrás con ellos, siendo el conductor y Mortem los únicos adelante.
—Las vendas —Jorge explicaba mientras el bus tambaleaba por los baches— son para que no vean dónde vamos a dejar a sus compañeros. Bien saben que esto no es del todo legal que digamos, así que sepan que se deberán mantener donde los dejemos hasta que sus familiares o amigos lleguen a eso de la una.
Se escuchan las gotas de lluvia acrecentándose sobre el techo. A lo lejos, entre las nubes grises, hay relámpagos que van de un extremo de la ciudad a otro.
»Voy a querer silencio y que ni siquiera intenten moverse, porque mis compañeros aquí los van a estar vigilando.
Los tres iban parados, aunque encorvados, en el bus, sosteniéndose de los asientos mientras observaban a los delincuentes. Algunos baches hacían que se tambalearan, y eventualmente, llegando a las calles de tierra, que tumultuosas y lodosas ascendían hacia las montañas, mantenerse de pie sería más difícil.
Después de treinta minutos, el bus se detuvo al fin. Jorge hizo una señal a La Garza, quien tomó por el brazo a uno de los tres objetivos. Habían sido marcados con un trozo de cinta en sus espaldas.
Después Chele tomó al segundo, sacándolo al lado de la calle lodosa y solitaria que se derrumbaba al borde del frondoso abismo. Finalmente, George mismo sacó al tercero. Los tres estaban arrodillados en fila india, con sus manos atadas.
Cry sonrió. Sabía lo que ocurría, y mientras oía cómo silenciosamente bajaban a sus compañeros, una sonrisa se iba formando en sus labios, cuyos extremos se inclinaron hacia abajo, mostrando unos dientes podridos más adelante.
Mortem por fin bajó del vehículo con un paraguas, asomándose a donde los pasajeros en relativo silencio. El frío era fuerte, y las gotas de lluvia, con su peso y tamaño, parecían irse a convertir en granizo.
—¿Cry? —inquirió el abogado.
—¿Sí, jefe?
—Baje, por favor. Solo siga mi voz.
Aquella sonrisa se desvaneció en un momento, aunque solo por lo impredecible de la situación. Entonces el susodicho se levantó despacio y bajó del autobús, sintiendo lo congelante del agua. Rápidamente su delgada camisa se pegó en sus pieles, congelando lo más profundo de sus huesos. Naturalmente, el equipo andaba con sus chaquetas, y La Garza Negra con su característico impermeable, que para ese instante volaba con los vientos invernales.
—¿Ey? —empezó a alarmarse uno de los reos—. ¡Ey!
Nadie respondió.
»¿Están ahí? ¿Abogado?
—Sí, sí, jovencito. Aquí estoy. ¿Qué pasa? Solo estamos revisando un pequeño inconveniente con la camioneta. Ya nos vamos a retirar.
El reo mantenía la boca abierta, respirando con ansiedad. —No se preocupe, abogado. Solo quería preguntarle si le comentaron a mi mamá qu-
George penetró la garganta del joven pandillero con uno de aquellos mortales cuchillos, que parecían más una especie de espada.
—¡Ey! ¿Qué pasó? ¿QUÉ PASÓ?
El otro de los reos se alarmó. El tercero se mantuvo sereno, dejando rodar una que otra lágrima.
»¡Abogado! ¿¡Abogado qué pasó!?

ESTÁS LEYENDO
La Garza Negra
ActionCuando la policía se rebeló en contra del gobierno... Este drama policial relata la vida de Raúl Mejía, hijo del Comisionado de Policía y director de Fuerzas Especiales, Manfredo Mejía, quien lleva a sus hombres a una huelga contra las imposiciones...