Capítulo 10

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Los días pasaron. La ciudad se había convertido en un pueblo fantasma, y lo que había comenzado en una sola dirección policial, se había transmitido a todo el país. Postas policiales tenían riñas con postas militares, y en San Pedro Sula, UEIM mantenía las mismas tensiones con las Fuerzas Especiales. Naturalmente, la criminalidad aumentó, por lo que se estableció un toque de queda después de la una de la tarde, todos los días en un Estado de Excepción. Debido a esto, los pagos de extorsión no fueron recibidos por las pandillas, entonces las muertes en las colonias aumentaron en gran manera. Asimismo, el centro de la ciudad parecía nido de ratas, con ladrones que UEIM y lo poco que estaba en orden de la policía contenían difícilmente. Las fronteras del país con sus vecinos se llenaron de militares mutuamente, evitando la migración de muchos desesperados que buscaban salir antes de una catástrofe, y los aeropuertos cerraron por completo. Pero finalmente era domingo, y el destino del país sería elegido.

A las seis de la mañana las urnas en los colegios comenzaron a darle la bienvenida a los votantes. Las personas caminaban con miedo, sin banderas ni gritos. Todo se llevó a cabo en silencio durante el transcurso del día. Militares vigilaban con fusiles de alto calibre y sus helicópteros sobrevolaban hasta las montañas aledañas a la ciudad.

En la Dirección, los agentes se turnaban para vigilar y otros iban dejando sus cosas para desertar. Manfredo no los detuvo, pues los que quedarían debían ser fieles. Otros también salieron solo para despedirse de sus familiares, incluido Ferrera, quien con una caravana de oficiales fue a su casa para almorzar con su esposa y Natael. Raúl se quedó con Jorge y Franklin, no sin ir a saludar a Ropa Sola, que como vivía en El Manchén no presentaba un riesgo grande.

—Man, pero tu papá sí es valiente— dijo.

Raúl sonrió. —Sí verdad. Pero me preocupa, amigo. Solo espero que nos vaya bien y que hoy se resuelva todo.

—No maje, tranquilo. Si más bien tiene el apoyo de medio Honduras. Mirá, Lithuan no se va a poder quedar, eso es claro. Tiene como a nueve millones de gente tirándole tierra y ahora se agregan tu papá y la chepa. ¡Está jodido, compa!

—Sí, eso pienso yo.

—Sí. Y mirá, si fuese a ser lo que dicen los de Libertador, un dictador, pues rapidito le va a dar de baja alguien. O pandillero o protestante o chepo. Pero que lo matan lo matan.

—También.

—Sí. Mirá, siéndote honesto, yo nunca dije esto 'va, pero yo ando en las protestas man. Realmente tu papá no me caía del todo bien pero mirá ahora quién lo ve todo un rebelde.

—¿Andabas en las quemas?

—Sí maje. Disculpame pero no queda de otra. Vos sabés cómo está todo de caro y cómo sigue jodiéndolo a uno ese cerote de Lithuan.

—Me imagino.

—Sí... Yo sé que entendés.

Fueron las ocho, las nueve, las diez, las once. A las tres en punto se cerraron las urnas y la gente se volvió a meter en sus casas. El sol poco a poco iba hacia abajo mientras las familias en sus hogares quedaban hipnotizadas en sus televisores.

No había ruido.

Un par de voces se oían aquí y allá a eso de las seis, pero nada más. Una patrulla volaba por el anillo periférico, otra venía, pero nada más.

—Ya un par de horas solo— dijo Ferrera a todos los agentes sentados en sus camas, viendo la tele.

Los noticieros no transmitían nada fuera de imágenes con drone de la Dirección de Fuerzas Especiales y el cuartel de UEIM. El interés estaba más en lo que pasaría allí que en el propio Consejo Electoral.

La Garza NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora