Capítulo 16

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En la Dirección todos descansaban, incluido Ferrera. No había movimiento esa noche. El Halcón surcó los cielos rumbo al norte, dejando a Suarez y su equipo. George estaba vigilante en el portón, tomando café. Hasta la siguiente noche habría acción contra las pandillas.

Era relajante, sin duda. El sonido de una ciudad dormida, las lechuzas, los grillos. Estar sentado en esa caseta, degustando de un café en el frío de la madrugada, pero calientito en su sudadera, parecía un placer que solo los policías podrían tener. El enmascarado observaba la calle con gran confianza, hasta que al fondo de la misma vio la silueta de alguien familiar, corriendo exhausto cuesta arriba.

—¿Raúl?

"¡Ayuda! ¡Ayuda!"

—¿Qué pasó?— exclamó, saltando de su silla y corriendo hacia Mejía.

—Geo-George... ¡Mataron a la esposa de don Ferrera!

A pesar de la máscara y la sombra proyectada por el sombrero, se notó que la noticia fue impactante. Por un momento parecía que Jorge se desconectó del mundo.

—¿Quiénes? ¿Dónde están?— preguntó, viendo hacia abajo.

—Los de la M20. No sé por qué llegaron; solo sé que fueron a matarla a ella directamente.

—¿Cómo escapaste?

—Un helicóptero de gavilanes llegó y disparó... Vi-vi que disparó y dos de los que estaban abajo, cerca mío, se... Ay, Jesús.

—Tienen ametralladoras de alto calibre en esos helicópteros. Me puedo ver cómo quedaron.

—Mjum... Sí, sí.

—¿Y Natael?

Raúl no pudo decir nada. Lo intentó, pero no pudo.

»Puta... No puede ser.

—¿Qué hacemos?

—¿Cuántos eran?

—Se oían como muchos, pero no pasan de diez en realidad.

George se retiró y entró a la Dirección, volviendo al rato con unas llaves. Se montó en una motocicleta de la policía, ahora pintada de negro, la encendió y se detuvo en el portón.

—Subite— dijo, levantando un fusil con su mano, extendiéndolo a Raúl.

—¿Seguro?

—Haceme caso, cipote. Hoy mismo fumigo un par de esas lacras.

Entonces la moto salió a toda velocidad hacia las mansiones, donde exactamente seis de los pandilleros se encontraban recogiendo los restos de aquellos dos. Solo pudieron recuperar parte de sus piernas y torsos, pero la cabeza y brazos, así como el pecho, estaban completamente irreconocibles. Era una mezcla de rojo oscuro, seco, entre el rosado viscoso sobre cabellos sueltos. Portaban armas viejas, oxidadas, y ropas con el número veinte en alguna parte. Ya fuera una camisa de fútbol o algo más estético, siempre tendría el número de su clan.

Mientras limpiaban el desastre, vieron una moto salir por detrás de ellos. No por la cuesta, sino desde arriba. Dos tipos bajaron de ella y comenzaron a disparar.

"¡Corran, corran! ¡Ya se dieron cuenta!"

Todos subieron a sus motos y dos pickups. Uno de ellos tuvo problemas dando la vuelta. Por el espejo se vio la figura de George, parado mientras apuntaba su pistola al mismo. Con un disparo, ya no había uso en el espejo.

La Garza NegraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora