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— ¡Estoy viendo doble! —. gritó Luzu al ver a los dos hermanos.

En sus años de amistad, apenas había visto a
Aby unas cuantas veces, y el mayor tiempo que
habían estado hablando habían sido unos diez minutos en el cumpleaños de su amigo.

El castaño venía trayendo a Quackity, quién estaba con el ceño fruncido y un ligero mohín.

Si había algo que Quackity más odiara, era que lo llevarán, él podía andar solo.

El chico de la silla estaba tan molesto que ni siquiera saludó a los demás, se quedó de brazos cruzados y mirando al suelo.

—¿Ya buscaron nuestra cabaña?— preguntó
Luzu.

— Los estábamos esperando — dijo Spreen, tomó su bolso, levantándose del banco donde estaban acomodados.

— Ahora ya se agarraron las mejores — se quejó Luzu, haciendo un puchero.

— Deja de quejarte, recién llegas — le dijo Spreen, se volteó para mirar a Roier, quién se levantó rápidamente y cargó con esfuerzo su bolso.

— Roier —. Quackity hizo que los pasos del chico mudo se detuvieran.

El pelinegro palmeó su regazo.

— Pon tu bolso aqui— dijo, notó que Roier iba a negarse con sólo su mirada—. No te preocupes, no las siento.

Roier ladeó su cabeza, haciendo una mueca, preguntando si en serio hacia esos chistes tan feos.

Quackity soltó una risa.

— Como quieras— murmuró finalmente, comenzó a tirar de sus ruedas, avanzando hasta su lado para acompañarlo en su caminar hasta la cabaña.

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