1. JeongIn

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—¡JEONGIN LIMPIA TU HABITACIÓN!

—¡No me molestes, mamá! —gritó el chico, cerrando la puerta de su habitación con violencia. Le puso seguro y, mientras pateaba la ropa y los paquetes vacíos de comida, corrió hacia su cama. Levantó el colchón y tomó la única revista que había conseguido comprar vendiendo latas y cartón. Su rostro se deformó en disgusto cuando la oyó otra vez.

—¡JeongIn, como vuelvas a azotar la puerta, te haré dormir en el galpón con los perros!

—¡Hazlo, seguro ahí sí me quieran más! —el chico se volvió, enojado. Rápidamente guardó todo en su mochila y corrió hacia su ventana. Notó que sus dos amigos estaban esperándolo. Se subió sobre el marco, ya acostumbrado a evitar los golpes contra la madera. Una gran sonrisa remarcó el brillo de sus ojos cuando miró hacia abajo—. Los mataré si no me atrapan.

—Ven, princesa —bromeó SeungMin, estirando con la ayuda de Felix una gran sábana blanca—. Quítate los zapatos, que si la manchas, mamá va a matarme.

—Cállate —habló JeongIn. Su ventana estaba en el segundo piso, lentamente colocó un pie entre el soporte de una columna. Había aprendido a escalar con su tío en el pasado, desde entonces, se colgaba cual mono de cualquier cosa que pudiera. Una dicha para él, una desgracia para su madre.

—¡¿A dónde vas?! —la escuchó, rápidamente el chico giró la cabeza, al igual que sus amigos hacia la mujer que parecía estar poseída por el mismo diablo. JeongIn saltó sin más, cayendo de cara contra el suelo mientras sus amigos lo agarraban a rastras para huir—. ¡JeongIn, ven aquí ahora mismo!

—¡No! ¡Soy adoptado! —gritó, corriendo camino abajo, perdiéndose en el campo de maíz de su madre. SeungMin se carcajeó, rojito por completo. Mientras tanto, Felix luchaba para que los bichos no se le pegaran al cuerpo. Corrieron hasta salir del territorio de la familia Yang. Los tres chicos se arrojaron a la grama, pasando una calle de tierra y dejándose ahogar por la sombra de un gran árbol. JeongIn se limpió el sudor de la frente—. Mierda, uno crece y de repente las madres están locas.

—Es porque le falta Omega —comentó SeungMin, arrancándose los bichos negros de la remera. JeongIn lo miró mal, su mamá era una Alfa solitaria con tres hijos—. Me gusta el olor de tu mamá, JeongIn, ¿no quieres que yo sea tu papá?

—¡Cállate, perro de mierda! —bramó, subiéndose encima de él para que tragara el pasto que tomó del suelo. SeungMin se carcajeó, empujándolo. JeongIn soltó un gritito cuando el castaño le apretó los pezones—. ¡Qué haces, degenerado!

—¡Basta los dos! —se quejó Felix, revolviendo su cabello rubio. Su enterito de jean estaba cubierto de tierra y bichitos pequeños. Se los limpió con las manos. El azabache suspiró, mirándolo—. Vamos, JiSung nos dijo que nos esperaba en la guarida.

—No lo llames guarida, Felix —se quejó el castaño, levantándose—. Yo creo que, como ya somos grandes, deberíamos rebautizar nuestra casa. Yo puedo ser el cura.

—¿Qué tiene de malo el nombre que le di? —el rubio frunció ceño. Los tres caminaron en dirección a las colinas, donde las casas más alejadas del pueblo resguardaban parte del bosque y también su lugar secreto. JeongIn sacó de su mochila una botella de agua medio vacía y bebió los últimos sorbos.

—Ya no tenemos siete años, pequitas, somos hombres... —murmuró mientras subían con dificultad. JeongIn se acomodó la ropa, removiendo la tierra. Traía sus zapatillas más fuertes, en algún momento habían sido blancas, al igual que sus medias. Tenía una camiseta rayada roja y blanca y un short crema de jean que ya estaba sucio. Era verano, el viento estaba caluroso y tras las montañas, a lo lejos, podía verse las tormentas que largos días cálidos habían generado. Felix tenía su overol de siempre, le cubría las piernas y traía una camisa que le tapaba los brazos. Tenía una piel sensible y solía agarrar alergia de todo.

HADO • HyunInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora