15. Infancia

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Para relajarnos un rato

Antes de













—¡Oye, basta de robar naranjas!

Corrió como si su vida dependiera de ello. El pequeño cachorro abrazó con fuerza el botín usurpado, saltando entre los cajones, pasando de largo a través de los árboles mientras los peones de su padre juntaban la fruta. Era semana de cosecha, por ende, las grandes extensiones de tierra que le pertenecía a su familia ahora estaban repletas de empleados y el dulce aroma de las naranjas cortadas. El niño esquivó la figura de su madre, cuando a lo lejos la vio preparar junto con su hermanas una mesa repleta de jugo fresco y aperitivos para los trabajadores.

Atravesó la puerta trasera de casa, corrió por la cocina, el comedor, el pasillo entre la sala y los baños. La bendita puerta principal estaba abierta y, a lo lejos, observó las pequeñas y delgadas tres siluetas que lo esperaban recostados en el pasto, bajo la sombra de un árbol.

Una sonrisa atravesó su rostro lado a lado, justo en el momento que la presencia de su padre se puso frente al camino. Los suaves mechones rubios del joven cachorrito se despeinaron cuando chocó contra él. Su cuerpo escuálido, más pequeño y con menos fuerza, se estrelló contra el suelo tras una lluvia de naranjas que cayeron sobre él.

El niño elevó la mirada llorosa cuando la silueta ocultó el sol. Reconoció los pantalones de trabajo, la enorme estatura y los cabellos castaños contra la luz. Sus ojos se abrieron, grandes, cuando el hombre se inclinó. Los oscuros ojos lo miraron severamente, tras cejas gruesas, labios presionados y el fuerte aroma de sus feromonas. Felix bajó la mirada al suelo mientras el dolor del golpe latía contra su espalda, sus piernas.

—¿Qué te dije de correr? —oyó su voz, el cachorro no respondió, siquiera lo miró. Felix se quedó quieto a pesar de que sus codos desnudos tenían la piel corrida y lastimada. El overol de jean estaba cubierto de tierra y manchado de pulpa de naranja—. Mírame.

—Perdón —susurró elevando los ojos, apenas pudo observarlo. Felix presionó sus labios. Su padre lo tomó del brazo y de un solo movimiento lo puso de pie. Le limpió la tierra del overol y, cuando se desató el pañuelo de la muñeca, el pequeño se atrevió a verlo una vez más al notar que lo ataba en la herida de su codo.

—No puedes correr ni tampoco trabajar bajo el sol por tu salud. Ayuda a tu madre o ve a tu habitación —lo escuchó, el cachorro levantó la mirada, su carita preocupada. Apenas con la conciencia de reconocer los diferentes aromas que las feromonas de su padre tenía. ¿Enojo o simple severidad? No podía decirlo, aún las constantes fiebres no le anunciaron el verdadero género—. No sales de aquí, Felix, tampoco robes de la cosecha.

—Mis amigos...

—Adentro —ordenó el Alfa, ni una palabra más. Su pequeño cachorro lo miró con grandes ojos. El rubiecito desvió la mirada a los niños que lo esperaban del otro lado, esta vez de pie. JeongIn estaba más cerca, con el ceño fruncido, mientras que SeungMin se colgaba de su portón y JiSung hacía puntitas de pie para ver qué tanto hacía que tardaba—. Te dije que entres, Felix.

—¿Puedo saludarlos? —preguntó bajito, lo miró como cordero a punto de ser degollado. Sus pequeñas manitos sonrosadas se sujetaron de su propio estómago. El Alfa frunció el ceño. Asintió en silencio y el rubiecito caminó apurado hasta el portón—. No puedo ir hoy.

—Pero vamos a pescar —mencionó SeungMin, bajándose rápidamente de las tablas del portón cuando notó que el aterrador padre de Felix los miraba—. Vaya, Fefi, ¿por qué tu papá se ve tan atractivo?

HADO • HyunInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora